Eterna polémica la de los menores, la nocturnidad y los controles que se realizan, tanto de alcoholemia como de cumplimiento de las distintas normas legales en vigencia. Por un lado la palabra de los protagonistas, sea mayores o menores (que tienen voz, ¡y vaya si la tienen!), por el otro la de los propietarios de los locales nocturnos, y como corolario las medidas dispuestas por las autoridades municipales y policiales.
En medio de toda esa polémica hemos escuchado que la prohibición de ingreso de menores a locales en los que se expende alcohol, propicia el hecho de que tanto menores como mayores se trasladen a los pueblos vecinos, donde los controles prácticamente no existen, o son muy ligh. Se pone énfasis en afirmar que al transitar por la ruta corren un grave peligro, por lo que midiendo uno y otro riesgo, no se sabe cual es mayor.
Que los mayores vayan a bailar a pueblos vecinos no es ninguna novedad, es un intercambio de rutina, se hizo siempre y corre por cuenta y riesgo de quienes viajan. Si van frescos o borrachos, si vuelven en plenas condiciones o haciendo eses por la cinta asfáltica, poniendo en riesgo sus vidas y las de quienes transitan por la ruta, también es de su exclusiva responsabilidad. Son mayores de edad que se hacen pasible a las penas que pudieran corresponderles por sus infracciones a la ley de tránsito u otras.
Pero, en el tema de los menores es distinto. ¿Quién los autoriza a ir, manejar o eventualmente tomar un micro o alquilar un remise para concurrir a otros pueblos a bailar?. ¿Son sus padres quienes los autorizan, o directamente lo hacen sin permiso?. Si fuera esto último, que en rigor puede serlo, deja en descubierto un descuido imperdonable de los padres, que no deben ni pueden ignorar que hacen sus hijos. Si quieren, al otro día pueden saberlo, los chicos cuentan, no se guardan sus secretos.
La decisión de la comuna local pareciera ser firme y todo indica que tendrá continuidad en el tiempo. Como el problema no es chico, y eso es fácil de entender, habrá que buscar soluciones para que los menores puedan salir, bailar, divertirse y disfrutar, sin beber alcohol. Habilitar locales donde puedan hacerlo y revertir la nociva costumbre de realizar previas en la cuales se alcoholizan por el solo placer de hacerlo, sin tener alguna explicación válida para ello. Y sus padres ponerles coto a esa moda, no permitiéndolo, ya que es sabido que muchos hasta facilitan sus hogares para ese tipo de reuniones.
Volvemos a decirlo: el problema no es chico, pero también debe ser grande la responsabilidad de quienes deben ser custodios del comportamiento de aquellos que adolecen de las responsabilidades propias de los mayores.
De las tragedias no se vuelve, y Casares ya cuenta en su haber con un par de ellas, que han dejado una media docena de chicos en el camino.