Una sentencia que oímos a diario, a la que es difícil resignarse: «El problema de los menores y el alcohol no lo arregla nadie».
Los fundamentos que dan pie a ese razonamiento no son descabellados. «Son los padres los que no ayudan, ellos consienten que sus hijos salgan y consuman alcohol», pontifican muchos y se basan en situaciones muy cuestionables, como el hecho de que ante la prohibición de concurrir a locales en los que se expende alcohol, les facilitan la posibilidad de alquilar salones de fiestas, y no comprueban si verdaderamente sí se cumple con la «ley seca», o en su defecto realizan ardides para proveerse de alcohol sin quebrar la promesa de no venderlo en las barras.
Trascendió que en la última reunión que hicieran los estudiantes con el loable fin de recolectar fondos para sus viajes, se quebró la regla de oro de no consumir alcohol. Si bien en las barras solo se vendían bebidas sin alcohol, hubo una movida previa por la cual cada uno llevó una botella de su bebida alcohólica preferida, la que -según se comentó- fue etiquetada a nombre de su propietario, que luego la solicitó al llegar a la fiesta. Viveza criolla que le dicen, una pequeña «trampita» que desvirtuó totalmente la intención de realizar una reunión sin alcohol, ya que si bien este no se expendía en las barras, las bebidas alcohólicas circularon a troche y moche.
¿Cómo encontrar la solución a un problema, cuando quienes más tienen que colaborar, no lo hacen?. Quizás faltó un férreo control policial y municipal en las fiestas, pero ese tipo de actitudes intimida, molesta y hasta puede llevar a situaciones violentas no deseadas. De todas maneras el control debió de haber existido, lo que hubiera evitado la transgresión de la que hemos hecho referencia.
Otro tema que también merece tratarse tiene que ver con la salida de los jóvenes de la confitería bailable que se encuentra en la ruta Loewenthal. Ya son muchos los chicos que en lugar de retornar en el colectivo que la empresa puso a su disposición, lo hacen caminando por la ruta, poniendo en riesgo sus vidas dado el gran tránsito de vehículos que se da a esas horas. Aún permanece fresco el recuerdo del accidente en el cual perdieron la vida dos jóvenes que retornaban a pie al salir de la bailable. Nadie quiere que se repita una tragedia así, y la única manera es no usar esa ruta o la banquina como una senda peatonal. Ese tipo de rebeldía se paga muy caro.
Pareciera que el intentar preservar la vida y la salud de nuestros jóvenes, y especialmente de los menores de edad, fuera un acto caprichoso, fruto de mayores que no tienen noche, que viven como en tiempos de la prehistoria y que prohibiendo creen que van a lograr corregir actitudes que forman parte de la realidad de los tiempos que se viven. No es así, sobradas muestras se tienen de los estragos que causan el alcohol y las drogas en las personas, y en el caso de los menores puede llegar a hipotecarles el futuro.
Seguimos creyendo que el problema tiene solución. Hace falta diálogo, sentido común, y el suficiente amor por los hijos como para poder enseñarles que no siempre el camino más corto es el más seguro.