Lejos, muy lejos están quedando los ravioles de la vieja, los buñuelitos de la tarde, las tortas fritas de los días de lluvia, las milanesas con puré que eran un poema, y toda esa cultura y tradición gastronómica casera, ahora reemplazada por las casas de comida.
Y Carlos Casares no es la excepción, las cocinas se ponen mohosas y los hornos oxidados de tan poco uso. En la actualidad cada vez son menos las mujeres que cumplen el rol de amas de casa. Gran parte de ellas, sino una mayoría, trabajan a la par del hombre, tienen sus horarios, deben atender a sus hijos y les queda muy poco tiempo, o ninguno para hacer la comida, un tema que no figura en el reparto de roles con el hombre, por lo que la gran solución es… comprar comida casera. Y por suerte hay muy buenas casas de comida, confiables desde el punto de vista de la excelente elaboración y el uso de ingredientes de primera, lo que si bien no reemplaza el sentimentalismo que saboriza la comida de mamá, al menos es una buena solución.
Aceptar esa realidad es parte de un combo que nos impone el mundo moderno. Hoy las mujeres han dejado de ser solamente «el apoyo» y la «compañía», para convertirse en un socio activo en la empresa matrimonial o de pareja como quiera llamársele, aportando tanto como el hombre, con el plus de que manejan a sus hijos, tienen responsabilidades en la organización de su hogar que el hombre no tiene, y además, salvo excepciones por cierto, ser el sostén moral de la familia.
Vale entonces sacrificar los ravioles de la vieja. Queda para los hombres el orgullo de ser los reyes de la parrilla dominguera. Asadores de manual que cultivan la ciencia del viejo Vizcacha pero rocían el asado con chimichurri en aerosol.