Lejos estamos de pretender hacer la apología del suicidio intentando analizar las razones por las cuales un chico de 17 años decide suicidarse, como ha ocurrido recientemente.
Pero la pregunta surge espontánea, ¿por qué?
Cuando a esa edad todo es alegría, la vida es una hermosa aventura, los problemas parecieran no existir y las responsabilidades son tan pocas…
¿Por qué?
La mamá en su inmenso dolor junto a su féretro le decía: ¿por qué no hablaste conmigo?.
¿Será eso lo que hace falta, diálogo con los padres, que estos puedan llegar a ellos con sus experiencias y consejos, con su comprensión y ayuda?.
Dejemos el suicidio, es demasiado, pensemos mejor en los comportamientos de rebeldía, en sus conductas transgresoras, en su falta de contracción al estudio, en sus inclinaciones al alcoholismo y a las drogas… ¿Qué les pasa, por qué no se comunican, por qué no hablan con sus padres?.
O ¿por qué sus padres no hablan con ellos?.
¿Por qué?
Nos imaginamos a esa madre siendo despertada a la madrugada para comunicarle que su hijo se ha suicidado.
Se vive en un mundo complicado, con los padres demasiado ocupados en sus propias cosas. Que el dinero que no alcanza, que el trabajo es demasiado, que la relación de pareja pasa por un mal momento, y en el medio los hijos adolescentes, que adolecen y sus padres no se dan cuenta. Que envían mensaje tras mensaje y sus padres no se dan cuenta.
No se dan cuenta.
¿Qué cruzó por la mente de ese chico cuando se quitó la vida?.
Hablan de una pelea, de una discusión con su novia. Sólo él lo sabía.
Pero no cierra que sea por eso. En su interior había algo más.
Una pérdida irreparable que debe abrir los ojos. Hay que dedicarle a los hijos más tiempo, saber que piensan, que hacen, cuáles son sus sueños y cuáles son sus frustraciones. A dónde van y con quién están. Saber más de ellos. Y que ellos sepan más de uno.
¿O acaso no son los mejor que da la vida?.