A partir del año 1999, se conmemora cada 20 de setiembre el Día Nacional del Caballo, un festejo que parte de una iniciativa de la Federación Ecuestre Argentina, reconociendo así la importancia de este animal en la historia del país y, a la vez, en homenaje a la participación del equino en la organización histórica y económica, y en la vida deportiva de la Argentina, y que centra su conmemoración en recuerdo de la llegada de Aimé Félix Tschiffely a Nueva York, luego de su itinerario por toda la geografía americana con los caballos Gato y Mancha, que permitieron demostrar la resistencia de los caballos criollos.
Aquellos dos fieles equinos, que hoy descansan en la estancia El Cardal junto a los restos del andariego profesor extranjero que los llevó por horizontes lejanos a la Argentina, son un símbolo de la entrega y la fidelidad del caballo a las causas nobles que hicieron historia.
GATO, MANCHA Y EL PROFESOR SUIZO
El 24 de abril de 1925 se inició en Buenos Aires una de las travesías más famosas del siglo. Dos caballos criollos, Mancha y Gato, guiados por el profesor suizo Aimé Tschiffely recorrieron los 21.500 Km. (4.300 leguas) que separan a la ciudad de Buenos Aires de Nueva York y conquistaron el récord mundial de distancia y altura, al alcanzar 5.900 metros en el paso El Cóndor, entre Potosí y Chaliapata (Bolivia).
Los caballos, animales tehuelches comprados al cacique Liempichín en Chubut por Emilio Solanet, a la avanzada edad de 81 años, probaron que la raza criolla tiene ejemplares insuperables para los trabajos de campo y para la guerra, rudos oficios donde las líneas elegantes son inútiles.
El 20 de setiembre de 1928 quedó patentado el logro: después de tres años y cinco meses, Aimé montado en Mancha, su fiel compañero (Gato tuvo que quedarse en México al ser lastimado por la coz de una mula), logró la hazaña.
Al llegar a la Quinta Avenida de Nueva York llevaba en los cascos de su caballo criollo el polvo de veinte naciones atravesadas de punta a punta, en un trayecto más largo y rudo que el de ningún conquistador, y sobre su pecho, en moño blanco y celeste, bien ganados como una condecoración, los colores argentinos.