Te he visto, Domingo, las calles andando con paso tranquilo de un manso caballo que arrastraba lento aquel viejo carro, donde, del lado de adentro, a sus costados, formaban en fila, cual grises soldados, cargando la leche, acerados tarros, que alcanzaba justo para todo el reparto (y si no alcanzaba, por esos acaso, venía el momento de rebautizarlos). Tu hablar, casi un grito de tan campechano, sonaba, empero, tan dulce y humano…Porque llevaba en su acento, abrazo de hermano.
Yo te vi Domingo andar muchos años, repartiendo vida que traías en el carro, alpargatas gastadas, acaso con barro, llenando la ollita por unos centavos y si a algunos el dinero resultaba escaso, te ibas sin cobrarles “regalo del vasco, que no pasen hambre los pobres muchachos”. De andar tranquilo, con paso de vasco, seguiste en la vida, lechero de barrio, guardando recuerdos en apretado abrazo, que en muchas noches de insomnio, te cantaron himnos, para acompañar tu descanso…
Pasaron los días formando muchos años y la juventud se te fue gastando tornando difícil seguir ordeñando, y un día, muy triste, dejaste el reparto, sintiendo en la boca un sabor amargo y dos lagrimones tu rostro mojaron. El alma dolida, las manos temblando y en el pecho, callado, tu corazón de vasco. Ya no más lechero, ahora eras jubilado… Vendiste tu carro para que el amigo Plácido, de a poco y con cariño, lo fuera restaurando y sea un hermoso recuerdo de un tiempo pasado. Ese, tu tiempo Domingo, se te fue acabando…
Hablabas despacio, casi susurrando, para que no despierten fantasmas callados y serenamente, tal vez resignado, sabías que despacio te ibas marchando, hasta que un día de octubre, el 27 para ser exacto, llevando a cuestas 83 años, te hiciste recuerdo lechero de antaño.
Yo que te vi Domingo, las calles andando y que hoy en otro tiempo, ya te has marchado, siento que a mi pueblo le está faltando algo, el andar sereno de tu viejo carro, arrastrado lerdo por manso caballo pues, aunque seas recuerdo, estás faltando Vasco, haciendo el reparto…