PENSAR MAL NO CUESTA NADA…

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La misteriosa desaparición del empresario Jorge Antonio Cerdá, puso en marcha mecanismos de miserabilidad que los seres humanos parecieran tener a flor de piel, o mejor dicho a flor de lengua, por decirlo de alguna manera. Fue tanta, tan variada e inverosímil la sucesión de versiones relacionadas con las supuestas causas de tal desaparición, que cuesta creer que algunas personas puedan hacer gala de una inventiva tan malsana y ruin.

Nadie pretende, como tal vez sea costumbre, que se hable bien de los muertos, o en este caso de los desaparecidos, pero si es de desear que se exhiba una cuota de respeto y prudencia hacia su familia, sus amigos y a la víctima misma, ya que se trata de una vida, de un vecino conocido y reconocido, padre de familia y con fuerte presencia en niveles empresariales e institucionales de nuestra comunidad.

Pero también es  cierto que se movilizó una legión de otros vecinos que preocupados por su desaparición, hicieron votos para que aparezca con vida, y se lamentaban profundamente de lo acontecido, mostrándose fuertemente abatidos.

Debemos reconocer a la luz de estas contradicciones, que las personas, y no están exentos los casarenses,  suelen sacar a relucir sus frustraciones o carencias, y hacen del mal pensamiento un ejercicio social dañino que a nadie le hace bien. «Total, -diría algún filósofo de utilería- pensar mal no cuesta nada».

El epílogo que rubricó esas horas de angustia, fue lamentablemente trágico. Aquellas personas que elucubraron historias fantásticas hoy deberán reconocer que emitieron juicios apresurados y pocos felices, y fundamentalmente que no están exentas de que mañana ocurra lo mismo con ellos, porque la imaginación popular no tiene límites.

Lectores de historias fantásticas, de novelas baratas de suspenso policial, tendrán seguramente nuevas oportunidades. Lo lamentable es que en el medio está la vida, la muerte, el honor y la familia. Nada menos

 

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