Que el amor no falte en la mesa navideña

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Pueden ambicionarse muchas cosas en la vida, paz, bienestar, felicidad, prosperidad, pero no puede faltar el amor. Ese sentimiento sublime que hace igual a los hombres, que nada tiene que ver con lo material, y que cuando falta nos demuestra que la vida sin amor es un vacío insondable.

Que el amor no falte en la mesa navideña, hemos vivido un año difícil, tortuoso, pleno de contradicciones y sinsabores. Ni siquiera la naturaleza ha sido piadosa, tal vez porque el daño que el hombre le hace a este mundo mueve a su furia y enojo. Brindemos por las cosas buenas de la vida, por los niños que son el futuro y la esperanza, por nuestros mayores, por nosotros mismos, por nuestros semejantes y por este país tan querido pero a su vez tan pendulante e imprevisto que suele ponernos en veredas opuestas, haciéndolo todo más difícil.

También brindemos por nuestro pueblo, por el lugar en el que hemos nacido y elegido para vivir. Por la convivencia y la buena vecindad, por nuestros padres, por nuestros hijos, por los amigos de toda la vida, por el crecimiento en paz, por una sociedad de iguales, sin diferencias, hermanados todos en un mismo proyecto.

Proponer lo ideal es seguramente ambicionar lo más, y ese sueño que parece una panacea puede lograrse con amor. Que las diferencias que hoy puedan separarnos se vean insignificantes ante las coincidencias que puedan unirnos.

Qué mejor entonces que la mesa navideña para comenzar esta inmensa tarea de reencontrarnos con nosotros mismos, de poder alzar nuestras copas y escuchar el tintineo celestial de los mejores deseos.

Pero el amor, el amor no debe faltar.

 

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