Si se hiciera una encuesta a los vecinos y se les preguntara que opinan cuando los políticos de uno u otro extremo, sea del oficialismo o la oposición se trenzan en polémicas, críticas y denuncias, rozando el agravio, la mentira, la exageración y la intención malsana de buscar algún rédito en esas vituperables acciones, el resultado para dichos políticos, sería lapidario. Demasiados conflictos por causas reales debe afrontar la ciudadanía, como para tener que soportar todavía las rencillas de aquellos que lejos de cumplir con su mandato, van tras intereses espurios, ajenos a las responsabilidades contraídas con sus propios votantes.
Se tejen intrigas, se deforman hechos, se cree ver fantasmas donde no los hay, y lo que es peor, lanzan sus dardos sin importarles el daño que causan y a quien lastiman.
No es en absoluto este comentario privativo de la política casarense. Muy por el contrario pareciera ser un virus nacional que se propaga entre aquellos que no interpretan de manera alguna cuales son los verdaderos interesas del pueblo. Y en Casares ese virus también se propaga.
Resulta que de pronto descubrimos que aquel ciudadano probo que reunía las condiciones exigidas para confiarle la administración y conducción del municipio, pasa de buenas a primeras a ser un bribón de siete suelas, corrupto y merecedor de la descalificación y la sospecha. El mismo que ayer era considerado un Mesías que venía a salvarnos, hoy es de la peor laya y hay que hundirlo.
En las últimas décadas hemos visto una situación recurrente con sus distintos matices y personajes, pero no hubo uno solo que escapara a la sospecha y la desconfianza. ¿Hay necesidad de llegar a extremos de enfrentamiento de los que luego se hace imposible retornar?. Estimamos que no, que desde uno y otro lado se debe tener la grandeza de transitar por límites éticos que no dañen ni la honra ni el entorno familiar de las personas.
De lo contrario terminaremos cayendo en la imbecilidad de aquellos que escrachan, y peor aún en la de los que justifican esos escraches.