Se ha hecho justicia con las trabajadoras domésticas.

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Muchas veces hemos escuchado la siguiente frase: «prefiero que me deje mi marido pero no que me deje la mucama…». Tal vez sea una expresión metafórica, pero ese sentimiento de temor a quedarse sin el valioso auxilio de una mucama es generalizado, aunque no siempre reconocido en su justa medida.

Sabido es que existen personas que pagan monedas por el servicio doméstico, que no les hacen aportes ni les reconocen derechos, y que con frecuencia cada vez que falta un alfiler de una casa de familia las culpas suelen recaer en la empleada doméstica. No siempre por supuesto. Existen muchas excepciones.

Mujeres que han trabajado toda su vida en casas de familia llegan a una edad en la que las fuerzas las abandonan y cuando se ven obligadas a dejar, se encuentran conque no pueden jubilarse porque nunca les han hecho aportes. Deben conformarse con pensiones graciables o vivir de la caridad de sus familiares. O en la miseria, a veces.

Por suerte, para las personas que se desempeñan en el servicio doméstico, se acaba de hacer justicia con ellas, siendo sancionada una nueva ley días pasados por el Congreso de la Nación, que muestra un cambio radical en la legislación vigente de 1956 que excluía al personal doméstico de la Ley de Contrato de Trabajo. Dentro de los cambios se observa que la nueva ley contempla licencia por maternidad, licencia por enfermedad, vacaciones, se deben hacer los aportes aunque trabaje menos de seis horas semanales, el empleador debe contratar una ART, lo que es bueno para el empleador, ya que si a la empleada le sucedía algo, el empleador debía correr con todos los gastos. El empleador tiene la responsabilidad de tomar y registrar al empleado y pagarle lo que marca la ley, quedando prohibido emplear a menores de 16 años. No serán válidos los acuerdos por escrito en los cuales las trabajadoras expresan su voluntad de no estar en blanco.

Todo esto tal vez les resulte molesto, complicado y oneroso a quienes están acostumbrados a considerar al personal doméstico como de una categoría menor que merece otro trato en comparación al resto de los empleados. Una consideración que está muy lejos de la valoración que se le da respecto a las funciones que cumplen, aunque legalmente no les sean reconocidas.

La persona que limpia, ordena y mantiene nuestra casa en orden, la que cuida a los niños o atiende a los ancianos, merece un trato igualitario, un salario digno y todas aquellas conquistas sociales logradas por el resto de los trabajadores.

 

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