La vida, muchas veces, es un torbellino de apuros, que en vertiginoso ritmo, van cubriendo con celeridad los tiempos de la existencia. Y en esa espiral de consumo de tiempos y distancias, se nos va la vida, lamentablemente.
Juan José Fuentes, hijo de Julio y Aurora Gaich, juntamente con sus hermanos Carlos y Luis María, formaron una familia muy conocida y respetada en nuestra sociedad. “Juanjo”, como muchos de sus innumerables amigos solían llamarlo, formó a su vez con Susana Cerdá, la suya, donde Gonzalo y Victoria, sus hijos, le pusieron la alegría y la esperanza de un mañana mejor. Alguna época de “chacarero”, en los campos de la familia,, trabajando luego con Sergio Peirano, atendiendo su negocio de semillería y consulta de los productores agropecuarios, fueron algunas de las tareas que desempeñó en su vida. Siempre elegante, atildado y bien parecido, Juan José Fuentes, siempre fue centro de las reuniones de las que participaba, ya sea por su bonhomía, por su simpatía, por sus dotes de cantor y guitarrero o por su amena charla de amigo. Y por eso tenía, como lo expresa la canción de Roberto Carlos “un millón de amigos”. Amante y defensor de las costumbres camperas, era un artesano que lucía sus cualidades armando cuchillos, que encababa con prolijidad y esmero, lo que constituyera una de sus debilidades y demostración de habilidades y a veces algún dibujo tipo carbonilla, embelleció alguna exposición de sus trabajos. Su espíritu de colaboración y servicio lo llevó a desempeñarse por años en los cuadros directrices de la Asociación de Bomberos Voluntarios de Carlos Casares, a la que actualmente pertenecía. Pero, desgraciadamente, muchas veces “la procesión va por dentro” y a pesar de su espíritu jovial, amiguero y hasta farrista, apegado a las reuniones familiares, los asados y tenidas gastronómicas con amigos, un mal incurable, dañino y traidor, iba casi en silencio, minando sus energías. Y cuando últimamente se lo veía circular casi sin apuro en su camioneta, por las calles de nuestra ciudad, tal vez iba, lentamente, gastando sus últimas horas por ese lugar tan amado, como una despedida que pretendía prolongar siempre un poco más. Sin hacer escuchar una queja, siempre con una sonrisa colgada de sus comisuras, como para que nadie sospechara, siquiera, del hondo drama que iba socavando su espíritu y sus fuerzas. Y a pesar que hacía un par de años que “no era el mismo” como dicen ahora sus amigos más íntimos, el proceso terminal pareció declarárse de improviso, como un mazazo cruel del destino, y en poco tiempo, a pesar de un desesperado viaje a la ciudad de La Plata en busca de esa salud que lo estaba abandonando, el miércoles, 15 de este triste mayo, en horas de la mañana, ante la desesperación de familiares y amigos que lo veían irse como la arena entre las manos, el alma buena de Juan José Fuentes, el “Juanjo” de tantas reuniones alegres, el cantor y guitarrero de noches vueltas madrugadas, el amigo de la estampa atildada y elegante, el magnífico hijo, el amoroso esposo y padre, el muchacho bueno con pinta de estanciero, emprendía el viaje eterno hacia los celestes espacios de los recuerdos más queridos. Luego de ser velado en el domicilio paterno, en Vicente López 21, recibir el rezo religioso y el emocionado y dolido adiós de familiares y amigos, sus restos fueron trasladados al crematorio Senderos de Paz de Chivilcoy, donde fue cremado, para, por último, sus cenizas ser depositadas en el campo de un amigo, donde tendrán el lugar para su eterno descanso.