Falleció, nonagenaria, la recordada y querida educadora

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La hermosa tarea de educar, que para un maestro de alma, está aparejada a la religión, sacrosanta y sublime, deja huellas indelebles e imborrables en la sociedad y sus alumnos, jirones dispersos de su alma, serán  por siempre como los panaderitos del campo, en los espacios de la vida, mensajes llenos de amor, esparciendo, empujados por los vientos del destino, esa enseñanza que a través del aula, su amor y paciencia, fueron inculcando en su intelecto.

Jorgelina Almirón, MAESTRA por elección, estudio, vocación y presencia, madre de centenares de alumnos que fueron sus hijos del alma, ha sido y es, la definición por antonomasia del maestro. Fue maestra de escuela primaria, es decir, forjadora de los años formadores de la educación de los niños, pero, alguna vez, por capacidad, por respeto a su valer o por que no había profesores diplomados para determinadas materias, también ejerció tareas de profesora, para seguir fraguando la personalidad de los jóvenes. E incluso supo cumplir, por muchos años,  tareas de Secretaria en el Colegio Nacional. También se destacó en el área de la cultura, donde fue funcionaria municipal, siendo, en el primer tramo del gobierno municipal de Héctor Miró, Secretaria General, y como el mismo ex Intendente lo reconoce, trabajó durante 6 meses Ad Honoren, con su espíritu de colaboradora y desde el punto de vista literario, escritora de hermosas poesías, que mostraban sus sentimientos de pureza y fina y culta inspiración. Amante de los viajes y el turismo, junto a su compañero Jorge Quintana, otro educador de raza, también de espíritu andariego y viajero, como  buen Profesor de Geografía,  realizó distintas excursiones por toda la Argentina e incluso, estaban preparando un nuevo viaje para futuro tiempo. Habiendo pasado los 90 años, tenía 94, cumplidos el 13 de abril, su espíritu de coquetería no la abandonaba y se la podía ver siempre bien arreglada, elegante y luciendo su buen gusto. Algunos achaques que últimamente le hicieron visitar un  par de veces el Hospital, pero de los que se recuperó rápidamente, hablaban de su fortaleza física a pesar del paso del tiempo, que con largueza la acompañó en la vida. Se desempeñaba con total independencia y autosuficiencia, a tal punto que su esposo Jorge solía viajar a Buenos Aires a visitar a su hermana, que también tenía sus achaques de su salud, y ella se quedaba sola en su casa de la Avenida San Martín, frente a la plaza. Así ocurrió esta semana, Jorge Quintana había viajado a la Capital y Jorgelina, Jorja desde el cariño, para familiares y amigos, quedó sola en su casa. En la tarde del miércoles 15, conversó con su amiga Lila Pereyras (la esposa del Ingeniero Nicolás Pereyras), concurrió al velatorio de Juan José Fuentes, ya que la unía una gran amistad con  la familia, y regresó a su casa. En la mañana del jueves 16, Jorge Ortiz, allegado a la familia y colaborador con ellos, llegó y la encontró sentada en su sillón cotidiano, con una serena expresión en su rostro, ya sin vida. Luego de ser velada en la sala velatoria de Casa Vita, donde el incesante desfile de los que querían darle el último adiós, pusieron el calor de su presencia a la gélida noche de mayo y en el casi medio día del viernes 17, un puñado de amigos, ex colegas maestros, ex alumnos y vecinos, la despidieron en la Iglesia Parroquial, Nuestra Señora del Carmen, donde fue rezado el responso religioso y luego la acompañaron en su último viaje hasta el Cementerio Municipal, donde descansan sus restos.

Con Jorgelina Almirón, se va una de las grandes maestras que contribuyeron a educar a  generaciones de casarenses.

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