Muchas veces la vida, por eso que llaman destino, nos va dejando espacios por donde se van los amigos camino hacia los recuerdos que no es silencio ni olvido. Y en muchas ocasiones, quien sabe porqué motivo, no nos encontramos presentes como para despedirlos y nos queda una deuda de emoción y de cariño, que nos golpea en el pecho como badajo encendido, hasta que podemos decirle nuestro “hasta pronto amigo”. Por eso en esta ocasión, si me permiten el caso, quiero despedir a un vecino que se nos fue hace un rato. Ricardo Vanni, querido, el inolvidable “Polaco”, que se marchó y no pude darle mi adiós o un “chau, hermano”, que quiero hacerlo hoy, al comienzo de mi espacio. Porque debo, es mi trabajo, despedir a los que nos dejan señales de su paso por este valle de lágrimas, como alguien lo ha llamado, pero que en realidad, es viajar hacia otro estado, que el alma va recorriendo, tiempo en tiempo, paso a paso.
Hoy debo hablar de un amigo, que hace horas nos ha dejado, porque fue el 2 de junio cuando su viaje ha acabado Don Jorge Antonio Ramirez, un roble casi centenario, que llegó a esa meta del hasta pronto que damos, cuando había contabilizado floridos 95 años.
Como dicen las crónicas, que reflejan lo que andamos, fue un muy buen esposo, más que un padre, un “padrazo” y en eso de ser amigo, como lo define el tango, un verdadero amigazo. Talabartero de oficio, comerciante, para más datos, y dirigente deportivo, mientras hizo fútbol su cuadro, de aquel Sportivo Huracán al que siguió desde muchacho. Por su trabajo, entre sogas, mandiles y suelas, el cariño de sus amigos lo bautizó como “Pechera”, que él recibió con su sonrisa siempre bonachona y plena, y como si fuera coyunda que lo atara a su destino, siguió tirando “pa lante”, recorriendo su camino. Y así vio crecer a su negocio, así crió y educó a sus hijos y fue dejando su marca a lo largo del sendero que sus pies han recorrido, hasta que un día la vida le aminoró sus sentidos y ya no tuvo la fuerza de andar de pie los caminos, y vio pasar los espacios de sus sueños tan queridos a través del vidrio del ventanal de su casa, en el reposo obligado de sus noventa cumplidos. Y lento el espiral del tiempo, fue marcando su recorrido en tardes de pena y sueño, en sueños de tiempos idos, y aquel guerrero de antaño, siempre gallardo y erguido, pagó en silencio la cuenta que le pasara el destino y esperó, como un valiente, siempre con el pecho altivo, con la mirada cansada pero sin ofrecer ningún guiño, que el Hacedor, algún día, como es costumbre de siglos, le marcara el final de su terrenal recorrido. Y un día 2 de junio, casualmente un domingo, que él dedicara a sus cariños, a su familia, sus hijos, Huracán y los amigos, el bueno de Jorge Antonio, el “Pechera” del cariño, se nos fue, casi en silencio, hacia esos pagos queridos de los recuerdos más bellos que lo han de mantener vivo en el sentimiento de aquellos que no lo dejarán jamás que habite en el olvido. Y en la tarde del lunes 3, cuando marcaban las cinco, ante el dolor de familiares y amigos, emprendía ese sendero que muchos dicen que es el postrer camino, pero que en realidad es, a veces, el otro inicio, el de ser por siempre un recuerdo muy querido.