Era el hombre y el rancho, soledad de silbador… enfrentando vendavales, poniendo pecho y horcón… calidez de los adobes, sombrero tipo cowboy y entre silencios y esperas, la vida no lo esperó y siguió andando los caminos que el destino le marcó, y por esas largas huellas, que supo caminar él se fue escribiendo la historia de don Miguel Coronel…
Siempre llevó un niño triste en su alma de gorrión, que para alegrarlo a veces, se volvía silbador y sacaba de sus labios una pena hecha canción, con la que volvía al rancho cuando se marchaba el sol, y con la centenaria historia de ese puñado de adobes que pretendía aguantar, al paso de los años que lo quieren derrotar se fue volviendo misterio, solitario y soñador viviendo como si el mundo fuera un páramo sin honor, donde la soledad es brisa y el silencio es una flor.
El rancho se fue aplastando como le ocurriera a él, porque el paso de los años, en su lento devenir, transitó por mil senderos, por mil espacios tal vez, pero no se olvidó del hombre de apellido Coronel ni tampoco de la calle que se llama Lamadrid.,y aquella vieja cumbrera que se aguantara de pie los embates del destino, con tormentas y huracanes, de centenario ambular, no pudieron sucumbirlo, ni lo hicieron tambalear, hoy ya viejo y vencido, gacha cerviz secular, se va cayendo despacio, como si no se quisiera entregar. Y con él, también se va acabando el tiempo de Coronel, que con su pobreza a cuestas ya no guapea a la helada como antes supo hacer, sin un silbo entre los dientes, sin pistolas de papel, disparando a los fantasmas que solamente veía él, en su mundo de soledades que le tocó padecer. Y se fue yendo de a poquito aquel Miguel Coronel, personaje de mi pueblo que era una imagen de ayer, como oquedad de una vida que era mesa sin mantel y que en el pan de su almuerzo no había dulce ni miel sino ilusiones perdidas soñando con el volver.
Y en el frío de un invierno, sin un leño para arder, vino la negra figura de la guadaña tan cruel, a golpearle la puerta que temblaba en el dintel, y un 24 de julio, cuando Miguel Coronel tenía 74 años e hilo en el carretel, la negra Señora Parca le dio final a su andar, y fue así, que en el silencio, que distinguió su marchar, se fue despacio…despacio, como para no hacerse notar y el rancho viejo y caído que fue su abrazo de noche y su canción al levantar, se quedó solito y triste, como deseando llorar en lágrimas de derrumbe al amigo que se va…
Porque fueron hombre y rancho, silbador y soledad, horcón y pecho unidos para enfrentar al vendaval, y hoy que se fue el amigo ya no hay fuerzas para luchar. El rancho no tiene alma, no sabe odiar ni querer, pero sus viejos adobes lo lloran a Coronel…
J. D. O.