Nos hicimos eco en estos días del jubiloso festejo del Centenario del Club Atlético Carlos Casares, evocamos su rica historia, y nos referimos también al resto de las instituciones de nuestro medio, muchas de ellas prestas a celebrar también su siglo de vida, cuya antigüedad y su permanencia -decíamos- les dará el certificado de calidad que las consagre como pilares de nuestra sociedad.
Pero hubo un Club que nació junto con nuestra autonomía, en el año 1907, que por obra de los prejuicios y la sinrazón, no pudo celebrar sus cien años de vida. Nos referimos al recordado y querido Club Social, que funcionara en la esquina de Avda. San Martín y Vicente López, fundado por un puñado de respetables vecinos de nuestra comunidad, que deseosos de socializar y distenderse luego de una dura jornada de trabajo, decidieron fundar un lugar en el cual encontrar el esparcimiento necesario, no solo en juegos de salón sino también en animadas «tertulias» como se decía en esos años a las reuniones sociales en las cuales participaban las damas de nuestra comunidad. Allí concurrían ganaderos, comerciantes, políticos, empleados, era tribuna y lugar donde se anudaban negocios, se hacían acuerdos políticos y entre animadas charlas, partidas de baraja y juegos de billar, se hablaba y discutía también sobre la vida y el progreso de Carlos Casares.
Y también, porqué no decirlo, se hacían célebres partidas de juego, que la moralina de algunos vecinos teñía de non santas, y crucificaba con sus críticas a los que allí concurrían, que por cierto no era gente de baja estofa, sino vecinos de reconocida solvencia económica y moral, que no veían al juego como un vicio ni tampoco como un acto delictivo, sino como una distracción con riesgo, acaso no mayor que el de un boxeador o un corredor de autos. Ellos arriesgaban sus dineros, los otros su físico.
Pero algunos medían con la vara de la moral ajena, de los predicadores sin púlpito, de los que creían que prohibir, clausurar, eliminar, o cerrar, eran los remedios de una sociedad ideal, cuando muchos de ellos eran sabandijas encubiertos que querían lavar sus culpas sembrando cizaña.
Alguien los escuchó, la injusticia se valió de la justicia para guillotinar al mítico Club Social, y en pocos días, desde la ilegitimidad de un gobierno defacto se decretó su ajusticiamiento. Se remataron hasta sus retretes, muchos socios compraron cosas que no tenían precio para guardarlas como un tesoro, y al poco tiempo nada quedó, salvo una rica historia que muchos pretendieron ensuciar, y no pudieron, aunque les fue suficiente el lograr que no cumpla sus 100 años, porque bien se lo merecía.