Al decir de don Alejandro Cassona, “los árboles mueren de pié”, porque ni los vendavales, los malos vientos, ni las tormentas han podido torcer su recorrido y sus raíces bien adentradas en el destino, dejando para el mundo, espejo de la vida y la existencia, el numen de su descendencia, que será para el universo de la realidad su continuación y herencia, prosapia de prolongación de sueños y quimeras.
Así, como un orgulloso quebracho, erguido y enhiesto, afrontando la enmarañada espesura de la selva de la vida, viendo a sus hijos, fruto de su esfuerzo y dedicación, ubicados en el sendero soñado para su porvenir, trascurrió largamente la existencia de Manuela San Ruffo.
Casada con Julio Benedicto, el querido y recordado “Rubio”, duende hacedor de alegrías y sonrisas. A esa unión, la vida la premió con el arribo de Maritza y Alicia, hermanas gemelas, y Ricardo, que bendijeron el último tramo de su recorrido terrenal, con 6 nietos y una bisnieta, que lleva su nombre.
Las horas de los días de la marcha vivencial, fueron sumando tiempo y la buena de Manuela, siempre ocupando su tiempo en sus hijos, en su descendencia, en la cocina, que la tenía como una verdadera experta, en el cariño y bondad, que la caracterizaron, fue haciendo camino al andar, como nos cantara don Antonio Machado.
Vivo aún está en el recuerdo aquel festejo de sus 90 años de existencia, que su hijo Ricardo le regalara, con la presencia de su admirada Estela Raval y Riky Maravilla en un especialmente adaptado Salón España, donde, como lo fue en la vida, Manuela fue esa noche la verdadera Reina. Noche transformado en día por el brillo del festejo y el cariño.
Siempre viviendo en su domicilio de la calle Brandsen y conservando aún aquel juego de dormitorio primero, hecho por las propias manos de su esposo Rubio, transcurrió durmiendo en esa cama hasta el final de sus días, con la tranquilidad de conciencia de los buenos de espíritu.
Hace unos meses, un accidente sufrido en una de sus piernas, que tenía todo el aspecto de una lesión sin consecuencias, fue, lamentablemente, el desencadenante, sumado al transcurrir del tiempo, de su arribo al final de su marcha terrenal. Y cuando contaba 94 años de edad y próxima a cumplir los 95, hecho que hubiese ocurrido en el mes de octubre, se apagó la luz de su existir.
Hondo pesar, consternación y dolor se multiplican entre familiares y amigos, que, sin duda, se ampliarán en la mañana de hoy, cuando sus restos mortales emprendan el camino hacia los celestes espacios donde moran los recuerdos más queridos, que permiten el permanente regreso hacia la nostalgia que anida en nuestro espíritu.