Pareciera que algunos motociclistas, lamentablemente cada vez más, y no queremos imaginarnos lo que será en el verano, han encontrado una forma infalible para molestar a los vecinos, generando estruendosas contraexplosiones con sus motos, a tal punto que conmueven a aquellos vecinos desprevenidos, ocasionándoles un verdadero malestar. Lo hacen a toda hora pero especialmente de noche, burlándose de todo y de todos, y sin importarles si lo hacen circulando o detenidos en los semáforos. Y sin importarles si despiertan a aquellos que están descansando. Total nadie les hace nada.
Se ha escuchado por distintas emisoras radiales al Jefe de Inspección Sr. Edgardo Vivono expresar a viva voz su impotencia al manifestar que poco y nada se puede hacer, ya que si se los persigue se corre el riesgo de que ocurran accidentes, con lo que sería peor el remedio que la enfermedad.
Estimamos que existen muchas otras formas de lograr que estos personajes molestos respondan por sus infracciones, sin necesidad de persecuciones cinematográficas. Quien baja los brazos reconoce su fracaso, y quien fracasa no puede ocupar un cargo al que se le reclama acción y soluciones. Si ellos, los que atronan con sus explosiones las calles de la ciudad y le quitan la tranquilidad a los vecinos NOS GANAN, entonces lo que nos queda es apagar la luz y cerrar la ciudad.
Diariamente recibimos diarios, periódicos y distintas publicaciones de ciudades vecinas y de toda la región. El problema que describimos parece no existir, y si existió lo han puesto en caja, detectando a los infractores y aplicándoles todo el peso de las ordenanzas vigentes.
De una vez por todas los casarenses debemos comprender que el «a todo bueno», no sirve, que el hombre es un animal de costumbre al que hay que ceñirlo a normas legales y sociales que regulen su comportamiento. Los jóvenes de por sí son rebeldes, les apasiona circular por el borde de la cornisa desafiando precisamente esas normas. Es la autoridad, sin excusas simplistas la que debe dar respuesta y poner en caja a esos «buenos muchachos», haciéndoles entender que lo que para ellos es una diversión, para el resto de los vecinos es una tortura insufrible, que ocasiona todo tipo de trastornos y molestias.