Mario Longarini, aquel muchachón de cuerpo atlético y la eterna sonrisa en sus labios, que muchas veces se volvía carcajada, nacido en Dudignac, partido de Nueve de Julio, y que un día, con el título de tornero, un sin fin de sueños y su amor por el fútbol, ,llegó para quedarse para siempre en este Carlos Casares, que fue su ciudad por adopción y elección. Vino para alistarse en Sp. Huracán, otra de sus pasiones, donde descolló, dejando su marca. En muchas retinas de aficionados a dicho deporte, de la época dorada aún del mismo, quedaron grabadas escenas que lo tienen a Mario en inolvidables duelos con “Piche” Michel, su contrincante más enconado y emblemático.
Con su oficio de tornero, puso un taller de reparación y venta de maquinarias agrícolas, teniendo la representación de reconocidas marcas de esas maquinarias. Esto le dio prestigio y una buena posición económica.
Para completar su buena estrella, conoció a quien llamaba a menudo su “pimpollo”, Teresita Rubio, con quien formó un hogar feliz, que fue bendecido con el arribo de dos hijas, Luciana, que vive en Buenos Aires y Leticia, radicada en Neuquén.
Mario también se dedicaba a la producción agropecuaria, explotando un campo de su propiedad, que era la tarea que realizaba en estos últimos tiempos.
Un problema de tipo asmático que lo acompañaba desde hace años, era una real preocupación para su salud y se lo solía ver, deportista como era, en largas jornadas de natación, en los veranos del Balneario San Esteban, como paliativo a sus dolencias o en diarias caminatas, acompañado de su fiel perro, por las calles de nuestra ciudad.
El destino, la vida o el tiempo, le habían colgado el galardón más hermoso que nos reserva para los años de nuestro otoño de la existencia, los nietos, que vinieron a dar a su postrer camino la calidez de su amor y la luz de sus sonrisas.
Mario, a pesar de algunos problemas de salud que hemos visto, era feliz, y por eso la sonrisa que lo acompañó siempre, seguía colgada de sus comisuras, como bandera de sana costumbre, que muchas veces, se volvía cantarina carcajada, y que fue característica de vida. Tanto es así, que su hija Luciana nos decía “quisiera que a papá lo recuerden siempre con una carcajada en su cara”.
En la semana anterior, viajó a Neuquén, donde vive su hija Letizia, para someterse a una revisación a cargo de un profesional de aquel medio, ya que su salud había mostrado algunos achaques un poco más preocupantes que los habituales y, lamentablemente, el lunes 7 de octubre, la muerte lo sorprendió y borró para siempre su sonrisa.
Con Mario Longarini se va un gran ser humano, amigo de los amigos, buen esposo, padre y abuelo, buen vecino y la represtación permanente de la alegría con esa sonrisa que siempre lo acompañaba y la risa franca que le brotaba espontáneamente. También se va con él un peronista de alma y de siempre, que al igual que su recordado hermano “Pepe”, luciera con orgullo.
Que Dios dé al alma buena de Mario Longarini, el descanso eterno que se merece y que, desde el celeste espacio de los recuerdos más queridos, nos visite siempre, para bendecirnos con la luminosidad de su sonrisa…
JUAN DOMINGO ONDANO