Uno de los tantos mensajes que deambulaban por las redes sociales, al referirse al reciente y lamentable accidente ocurrido en la madrugada del 25 al volcar su auto una pareja de jóvenes que regresaba del boliche bailable, decía: «CRÓNICA DE UN ACCIDENTE ANUNCIADO», parafraseando al título de la famosa obra del escritor colombiano, Premio Nobel de literatura Gabriel García Márquez, CRÓNICA DE UNA MUERTE ANUNCIADA.
Seguramente quien escribió esa frase lo hizo en el convencimiento de que esto iba a pasar. Como pasó el año pasado al chocar un auto y un camión, y el anterior, éste último con la muerte de dos menores atropellados por un automóvil.
El problema reside en qué hacer, cómo prevenir, qué medidas tomar para que a esa hora de la madrugada en la que decenas o centenas de automotores que salen de dicha bailable, no protagonicen accidentes entre sí o atropellando a los jóvenes que regresan a pie a sus hogares, que también son cientos.
Un tema que mucho se habló y discutió, en el que tomaron parte no solo las autoridades sino también los vecinos, que al ser consultados dieron su opinión y propusieron soluciones.
Se colocaron reductores de velocidad, se realizaron todo tipo de operativos, se terminó de construir la senda peatonal, pero aún así, no conformes con las medidas tomadas, las cuales dejaban un margen de posibilidades de que ocurrieran accidentes, se decidió hacer «peatonal» ese tramo de la ruta, obligando a los automovilistas a desviarse hacia calles laterales de tierra. De esa manera se entendía y se entiende que los jóvenes que regresaban a pie a la ciudad, no tenían posibilidad alguna de encontrarse en su camino con vehículos motorizados que también emprendían el regreso.
Pero claro, no se puede estimar en este tipo de prevenciones, si quienes conducen por los caminos alternativos lo hacen con prudencia, a velocidades normales y en estado también normal, ya que quien ha bebido en demasía o decide hacer ese tramo a altas velocidades toma un riesgo que no puede ser calculado por las autoridades de manera alguna, a menos que realice bastos operativos de control de alcoholemia y disponga en esos caminos alternativos un patrullaje intenso y continuo.
Esta vez no fueron menores los protagonistas del accidente de referencia, el conductor es un joven mayor de edad como así también la mujer que lo acompañaba, a la postre víctima grave de ese siniestro. No están por lo tanto contemplados en la Ley de Minoridad. Si se comprobara que quien iba al volante se encontraba alcoholizado es otra cosa, de lo contrario no pasaría de ser un accidente, desgraciado por cierto.
No nos animamos desde este espacio a proponer nuevas medidas, basándonos en el hecho de que si bien debe hacerse todo lo posible y acaso lo imposible para proteger al ciudadano, ya sean conductores o peatones, sean mayores o menores, el grado de responsabilidad de esas personas es decisivo y excluyente. Si quien maneja lo hace con cordura, en pleno uso de sus facultades y respetando las velocidades permitidas, estos accidentes no ocurrirían. Controlar las conductas de las personas es sumamente complejo. Sobrados ejemplos tenemos a diario en los que el desenfreno, la imprudencia y el poco amor por la vida, causan tragedias irreparables.