Los Concejos Deliberantes son el órgano por excelencia de la democracia, en el que están representadas las fuerzas políticas que el pueblo ha votado. Son considerados el cuerpo deliberativo del municipio, que tienen por objeto debatir y sancionar normas que regulen la administración y la vida de los municipios.
Le cabe a los señores concejales la responsabilidad de legislar en beneficio del bien común, haciendo del debate y de la búsqueda de consensos una herramienta idónea que posibilite el crecimiento y desarrollo de los pueblos.
Un Concejo que se agota en debates estériles, en posiciones cerradas, en la oposición por la oposición misma o en la hegemonía que puede brindar la mayoría, pierde su esencia y sustancia, y lejos de representar los intereses de los vecinos, termina en una puja de intereses personales o partidarios, en la que lejos de avanzar se retrocede.
La próxima renovación del Concejo Deliberante local da pie a una pregunta: ¿Ejercerán los señores concejales el rol que los vecinos le asignan, o prevalecerán los enconos, las diferencias, la falta de diálogo y la mirada obtusa que sólo les permite ver al adversario político como a un enemigo que todo lo hace mal, o que nada deja hacer?.
Aquellos que entienden que consensuar es ceder, no comprenden la esencia misma de la política legislativa. Quienes miran su propio ombligo o cuidan de la «quintita», olvidando que tienen un mandato, tampoco entienden nada. Y tal vez sea por eso que muchos pasan por el Concejo sin pena ni gloria, dejando la impronta gris de su fracaso, con la sensación de haber estado cuatro años calentando una banca.
Carlos Casares exige de los políticos la nobleza de resignar sus apetitos, de encarar acciones en conjunto, que no es juntándose, para ir por cosas mayores que la comunidad reclama.
Empieza una nueva etapa, es momento de hacer, de controlar, de proponer. Y de apoyar si lo que se propone es bueno. De no poner palos en la rueda, como tampoco hacer valer las diferencias para actuar con soberbia.
Podríamos decir que a aquel que no lo entienda así, lo juzgará la historia, pero sería demasiado presuntuoso. Es preferible decir que aquel que no lo entienda así no formará parte de la historia.