Lo que le pasó a un vecino de ésta, comerciante del ramo textil y muy conocido, es para morirse. El sábado bien temprano salió de nuestra ciudad acompañado de su señora rumbo a Pinamar, donde había reservado un hotel para pasar el fin de semana largo. Pasaron por Tandil, saludaron a una familia amiga y pasadas las cinco de la tarde emprendieron viaje a la costa. Llegaron prácticamente de noche, en una estación de servicio averiguaron donde quedaba el hotel, y como éste no tenía cochera resolvieron buscar una cercana para dejar allí su coche. Encontraron el hotel, el conserje les indicó un par de cocheras cercanas y tras ocupar la habitación y dejar el equipaje resolvieron dar una vuelta y estacionar el auto.
SILENCIO EN LA NOCHE…
Fueron a comer algo, siendo las 22 hs. aproximadamente resolvieron regresar, pero antes se dirigieron en busca del estacionamiento. Recordaron más o menos las referencias del conserje, y cuando iban por una calle cercana al hotel vieron una cochera abierta, un auto que en esos momentos salía, y entraron. En realidad se trataba de una cochera subterránea. Bajaron al subsuelo, dejaron el auto en un lugar libre y se bajaron para ir a la casilla y pagar el estacionamiento. Pero no había ninguna casilla, tampoco empleados. De pronto se cerró la puerta y todo quedó sumido en un absoluto silencio. Había una luz encendida en la parte central y nada más. Pasaron los minutos, el vecino subió hasta la puerta, pero esta estaba herméticamente cerrada. Lejos de entrar en pánico se dieron cuenta que se habían metido en una cochera particular, que no era pública. «Cuando entre alguien y abra la puerta aprovechamos para irnos», dijeron, pero nadie entraba. Pasaron los minutos, las horas, ya habían pasado las 12 de la noche y nada. Intentaron hablar por sus celulares pero no tenían señal. Resignados resolvieron quedarse hasta el otro día en que alguien llegaría a retirar su auto. Con buena onda se quedaron sentados, escucharon radio y finalmente se durmieron. Al otro día esperaron y esperaron pero nadie llegaba. El hombre fue hasta el portón y golpeó intentando que alguien lo escuchara. Eran ya las 11 de la mañana del domingo cuando alguien los escuchó y prometió ir al hotel para avisar lo que les había pasado y que pidan auxilio. Pero nadie llegaba, eran ya las 15 hs. y el calor allí adentro era infernal. Volvieron a golpear, los escuchó un vecino y a través de la puerta les dijo que esa cochera era particular, que no sabía quienes eran sus dueños. No obstante fue a la policía y avisó. A las 16,30 hs. cuando la policía y los bomberos estaban tratando de abrir la puerta llegó uno de los arrendatarios de una de las cocheras y abrió la puerta con su control remoto. Tras algunas explicaciones con la policía, llegaron al hotel a las 18 hs. comieron algo, se acostaron y recién se levantaron al otro día. Era lunes y estaba lluvioso. Dieron una vuelta, miraron el mar, pagaron el hotel, cargaron sus cosas y volvieron a Casares.
Lo peor ocurrió cuando llegaron. Estaban bajando sus cosas, pasó una amiga que sabía que habían viajado, se detuvo y les dijo: «¡Hola! ¿cómo les fue?, que tostaditos que están…»
N. de la R. Porque el protagonista se lo contó a nuestro cronista con absoluto pedido de reserva es que no damos a conocer la identidad de la pareja.
