Recuerdo un libro de texto de segundo grado -siglos atrás- que al mencionar a las distintas profesiones, al referirse a la policía, decía: «la policía nos cuida, nos protege, salvaguarda nuestras vidas».
Pero claro, han pasado muchos años, y hoy en lugar de un libro de texto de segundo grado leo los diarios, escucho las radios y observo la realidad de todo el país desde el aparato de televisión. Saqueos, muertes, robos, asaltos a supermercados, vandalismo y todas las atrocidades que uno pueda imaginarse, porque la policía en lugar de cuidarnos, protegernos y salvaguardar nuestras vidas, nos dejó abandonados a la buena de Dios, sin protección alguna, a merced de hordas de delincuentes que sumieron a la sociedad en el pánico y la incertidumbre.
La policía se acuarteló, no salió a las calles, dejó de lado sus obligaciones y deberes en mérito a una protesta salarial que sin dudarlo es atendible, pero que de ninguna manera justifica la acción de abandonar a la sociedad, a sus vecinos, librándolos a su propia suerte.
Pero no se puede discutir que con ese método de apriete que costó sangre, muertos y pérdidas millonarias, además de la pérdida de confianza de la comunidad en su policía, ellos lograron su propósito.
Y lo lograrán la próxima vez que lo crean necesario, a costa de sangre, muerte y pérdidas inconmensurables.
Porque algo anda mal en este país.
No es cierto que sea por la inflación, hubo inflaciones de tres dígitos en épocas pasadas y no sucedió eso. Es algo más denso, más oscuro, que huele mal. Es, o tal vez sea, obra de fuerzas que manejan los tiempos, las acciones y buscan resultados que debiliten la esencia misma de la democracia cuyo aniversario Nº 30 acabamos de celebrar.
Esta vez usaron a la policía para generar el caos, como otra vez eligieron al ejército para golpear la democracia. Son fuerzas ocultas, pero se ven a trasluz del que las quiera ver. Son los antipatria. ¿Alguien lo duda?.