La comunidad casarense a lo largo de los años ha contado con vecinos populares, muchos de ellos realmente simpáticos, cuya personalidad les daba el estatus de personajes, que incluso formaban parte de la anécdota popular. Hablamos de vendedores ambulantes, lustradores, propaladores de publicidad callejera, porteros de escuelas, acomodadores de cine, etc. pero también muchos otros que por tener algunas carencias físicas, trastornos de comportamiento, o el ser «locos lindos», formaban parte también de nuestra vida social, sin que nadie se preocupara por saber como y de que vivían, si pasaban por necesidades o necesitaban ayuda. Eran directamente el loco tal o cual, se le hacían bromas, se repetían sus anécdotas, pero se ignoraba el resto. Sólo cuando dejaban este mundo, abandonados, en la indigencia, sin nadie que los llore o acompañe sus restos al cementerio, alguien se daba cuenta que ya no estaban más.
No debemos repetir esos tiempos. Esas personas que hoy nos divierten por sus ocurrencias, que deambulan por la ciudad arrastrando deficiencias, tal vez desnutridos y por qué no desvalidos abandonados a la buena de Dios, merecen que nos ocupemos de ellos, que breguemos por su salud, porque tal vez la vida les de otra oportunidad. Muchos de ellos están enfermos y pueden curarse o rehabilitarse, otros tal vez no lo logren nunca, pero no pueden pasar sus días gozando de una libertad nociva, matándose con cigarrillos, mendigando y mostrando públicamente su abandono y sus miserias.
No basta con darles de comer o brindarles una cama, son enfermos, deben ser albergados en lugares donde se los cuide y practiquen terapias adecuadas. No son animalitos, ellos merecen nuestra consideración, nuestro respecto, y no que nos riamos de ellos. Y las autoridades tomar debida cuenta que se puede hacer mucho más que lo que se hace, que es muy probable que puedan ser recuperados.
Da pie a esta nota un hecho ocurrido días atrás que seguramente ha divertido a muchos. No vale la pena hacer nombres, pero tal vez llegue el momento de asumir otras conductas como sociedad. Que aquellos personajes que formaban parte del tejido social casarense sirvan tan solo para enriquecer el anecdotario popular. De aquí en más nuestros deberes como sociedad deben ser otros. Proteger a esos seres que viven en estado de abandono es ocuparse seriamente de ellos, no sólo de sus necesidades básicas, sino de su salud y de que reciban las atenciones necesarias para que la vida no les resulte tan dura.