Como aquel Montonero de antaño, que luchara, pecho adentro de la historia, con coraje, arrojo y valor, fue logrando ganarle al destino la batalla que Dios le mandó, y con derrotas y triunfos su gloria, fue un ejemplo de fuerza y tesón…Montonero, tu poncho en la guerra, fue bandera de honradez y de honor, y tu lanza, señalando un sendero, que regara tu sudor también, fue señal, emblema y pendón cantándole al mundo un himno de esfuerzos, que enaltecían a tu corazón…
En la esquina de Pueyrredón y Las Heras, en los primeros años de la década del 60 (1960, claro…) se instaló un día con despensa y mercado un joven llamado Luis Perelló, y esa esquina pasó de ser simplemente un negocio a ser lugar de reunión y guarida de la muchachada de la barra. El negocio marchó “viento en poca” y Luisito (como le decía con cariño toda la barriada), con su sueño de formar una familia, adquirió en la esquina de Las Heras y Rondeau, la que sería su lugar de residencia. A su lado, por la calle Rondeau había un terreno baldío que Perelló adquirió, y comenzó a construir allí un local con intensiones de instalar su negocio. Los muchachos de la barra, lo siguieron con cariño y apego y, en la medida de sus posibilidades (picando ladrillos para los cimientos, alcanzando los baldes con la mezcla y otras tareas menores) colaboraron con él en la construcción. Y el local se transformó en salón. Un viajante de la marca de vinos que vendía, “El Montonero” de La Caroyense de Colonia Caroya de Córdoba, amigo del trato cotidiano, un día le pidió que le hiciera un churrasco y ensalada y eso fue el comienzo. Casado con Alicia Castearena, su compañera y sostenedora en la tarea que emprendiera entonces se encargó de la cocina, Luis y Edilio Casares, el recordado Tío Edilio, el parrillero y su ayudante y nació “Cantina El Montonero”, un hito en la historia gastronómica casarense. Después construyó un salón de fiestas y reuniones, pegado al comedor, y junto a la parrilla, al fondo del comedor, Pocho Bustamante pintó un magnífico cuadro, sobre la pared, de un gaucho Montonero, símbolo de una parte de la historia nacional y emblema del negocio. Una numerosa clientela, fiestas de distinta índole que se realizaban en el lugar, animaron a Luis, en procura de otros horizontes, para emprender nuevas aventuras comerciales. Y adquirió el local donde había funcionado el Club Social, que la dictadura, mediante denuncias y sumarios, había borrado de un plumazo y allí, buscando “las luces del centro”, vino El Montonero. Pero la patriada, por esas cosas de inflaciones, usuras y deudas, terminó con ese sueño que había cimentado el esfuerzo, el entusiasmo y la lucha. El matrimonio ya tenía 4 hijos, Claudio, Ariel, Fabián y Dina y a pesar de la derrota, siguió dándola batalla a la vida. Vendió (o tal vez perdió en los escritorios) la parte de la equina y solamente le quedó el edificio, sobre la Avenida San Martín, donde estaba su domicilio. Y, lejos de bajar los brazos y entregarse a los lamentos, con su familia se trasladó a un tambo de la Estancia La Dorita, donde de sol a sol, con esfuerzo, sacrifico y ejemplo de tesón y orgullo, fue logrando nuevamente encaminarse. Se instaló en un nuevo domicilio, sobre la calle Chacabuco, donde un poco cocinero, con reuniones para peñas y amigos, y un poco comerciante en la compra venta, fue demostrando al mundo que con trabajo y decencia, con honestidad y sin bajar los brazos, las empresas más difíciles se pueden ir cumpliendo.
Pero claro, la vida en su trayecto, le había cobrado caros peajes y su salud, como suele ocurrir en los tiempos de la madurez, comenzó a hacer notar sus falencias físicas. Y en el tiempo del disfrute del descanso, de los nietos y de la jubilación, comenzó a transitar el camino postrero de su existencia. Y aquel luchador de la vida que en sus años de muchachito fuera cadete de Casa Ruca, de Rubén Cano y que desde la esquina de Pueyrredón y Las Heras iniciara un camino de honrado esfuerzo para abrir caminos de progreso y luchar contra los avatares del destino, a los que, con sacrificio y trabajo, sin claudicaciones supo vencer, lamentablemente estaba recorriendo el último tramo de su camino.
Luego de alguna intervención quirúrgica, ese gastado físico, al que tanto trabajo y sufrimiento y desgaste en las más duras tareas había ido perdiendo sus defensas, y ese fogoso y tremendo luchador montonero de antaño, hoy, casi octogenario, emprendió, con serenidad y resignación el viaje hacia los celestes espacios de los recuerdos más queridos. Y el 24 de febrero, con 79 años cumplidos, el alma buena y querida de Luis Perelló, se nos anticipó en ese viaje que muchos llaman sin regreso, pero que a través del cariño y de todo lo que hemos sembrado en la vida, volverá siendo cosecha, llamada recuerdo, para entibiarnos el alma de nostalgias.
Por eso, por todos los hermosos recuerdos y ejemplo de vida que nos dejó, el dolor que produjo su partida se vio reflejado en el acto de su velatorio como en la inhumación de sus restos, en el Cementerio Municipal el martes 25 a las 10 hs., previo responso religioso rezado en la Iglesia Nuestra Señora del Carmen.
Luisito, en nombre de aquella barra de la esquina de Pueyrredón y Las Heras, de la que ya algunos se han ido, como Papasito, Chengo, el Laucha, Carlitos o Timba, por nombrar algunos, vengo a decirte, simplemente, HASTA PRONTO.
J. D. O.