Cual si fuera una carrera contra tiempos y distancias, nuestro andar por este mundo, que nuestra existencia llaman, recorre muchos senderos, de subida y de bajada, donde recoge a su paso muchas sonrisas y lágrimas, hasta llegar a la meta que la muerte nos señala, donde el Creador o el Destino, vaya a saber quien lo marca, cual bandera a cuadros alza en la línea de llegada y se acaba el recorrido y no existen las distancias y empezamos a ser recuerdo, hecho silencio y nostalgia…
Vaya este introito para escribir este especie de Réquiem a alguien que siempre estuvo ligado a los “fierros” y que muchas veces fue parte activa en muchas contiendas deportivas donde el rugir de los motores eran la música de fondo.
Se llamó Rodolfo Oscar Del Palacio, le decían, con cariñosa consideración, nacida de la calidez del trato cotidiano y familiar, “Fita” y fue un vecino respetado y querido por su forma llana y sin dobleces de mostrarse en la vida, con la mano caliente al saludo, la sonrisa dispuesta en el trato y el pecho pronto a cobijar pesares.
Desde joven, casi desde sus pantalones cortos de la niñez, comenzó a trabajar en los talleres, junto a “los fierros” que fueron su medio de vida y pasión, y allí comenzó a forjar una vida de lucha, sencillez y sacrificio, muchas veces marchando del brazo de las privaciones y sueños incumplidos, pero dando, por ello, más valor a los logros obtenidos.
Junto al esfuerzo y la lucha de la familia Alice, donde trabajó junto a don Santiago y a su hijo Horacio, el recordado “Cacho” que pagó cara su pasión de velocidad y deporte, cuando tuvo un duro accidente con el piloto pehuajense Jorge Farabo-llini al que acompañaba y que le costó la vida al de la vecina ciudad y a nuestro muchacho una mutilación para toda la vida. En ese ambiente fue creciendo y progresando Fita Del Palacio. Hasta que un día, con su hermano Carlos, independizado y por cuenta propia, comenzaron a atender la parte mecánica de los cada vez más numerosos camiones que ya circulaban por todas las rutas de la patria.
Y un día, con su familia formada, casado con María Luisa Idiarte, y con una hija que era todo su capital más importante, que se acrecentó sobre el final del recorrido de este andar por la vida con la llegada de sus nietos, y fue el momento del reposo del guerrero, del descanso tan bien ganado. Pero no todo en la vida, como en esa supuesta carrera que corremos en la existencia, el triunfo y festejo, muchos ingresos a Boxes, para reparar o para acomodar para otra competencia, y ya mirando un poco la carrera desde las tribunas, comienza el “tiempo de descuento”. Y Fita, con paso tranquilo y pausado, recorría ese último tramo, hasta que el miércoles 12 de marzo, la funesta bandera cuadriculada de la vida, marcó el final de su recorrido, cuando contaba con 84 años de edad, que para nada aparentaba.
El enorme dolor que provocara su partida, se vio en el piadoso acto del velatorio de sus restos y la inhumación de los mismos el miércoles 13, a las 11 hs- en el Cementerio Municipal, previo responso religioso rezado en al Iglesia Nuestra Señora del Carmen.