La vida, la vida digo,
es tiempo, obra y camino…
Y nuestro andar por su senda,
es apenas una huella,
que fugaz como una estrella,
deja nuestra marca en ella.
Y es el destino, en su vuelo
el que la vuelve recuerdo…
En el triste momento de la partida de los seres queridos, esos recuerdos, en que se transforma nuestro andar y nuestra huella, y que el destino en su vuelo los agolpa, de repente, en nuestros sentimientos, en nuestra mente, en nuestros pensamientos, para que, como esa estrella fugaz del poeta, nos alumbren el sendero.
Y desde ese tiempo de nostalgias, nos llega la imagen de Mirta Santo Domingo, aquella hermosa jovencita de los tiempos juveniles, acaparadora de títulos de belleza y llena de alegría y optimismo. Aquella quin-ceañera, compañera de recorrido de nuestro andar estudiantil, muchacha bullanguera que ponía su cuota de juvenil entusiasmo a toda reunión de amigos. Y, con el transcurso del tiempo, el recuerdo nos la devuelve, siempre novia de Coco Álvarez, el Adolfo Álvarez, que fue el amor de su vida, que la transformó en la madre de su tres hijos y compañera en todos los momentos de su existencia. Y también la vemos, junto a su hermana Yoly, esas hijas de Don Alejandro Santo Domingo, el tendero de la calle Maipú, dedicarse a la enseñanza y práctica de danzas clásicas y, principalmente, españolas, enseñando a muchas niñas de nuestra ciudad, a través de la plasticidad de los movimientos, toda la gracia de la danza. Acompañó a Coco en muchos viajes de negocios, que la actividad de agen-ciero, con su padre Pepe y su tío Francisco, de una de las marcas de automóviles líderes en el mundo, lo llevaron por distintos sitios, pero nunca, por ello, descuidó su misión de hija ni de madre de Alejandro, Sebas-tián y María Guadalupe. Y en ese andar por la huella, tiempo adelante, Mirta siguió su marcha sin descuidarse, conservando por siempre belleza y porte, acompañando a su esposo, como de novios. Y, claro, el destino, tiempo y distancia, fueron sumando canas, dolor y achaques que fueron el cuesta arriba en el paisaje.
Y Mirta Noemí Santo Domingo de Álvarez, nombre y linaje, comenzó a andar el camino hacia el ocaso, aunque aún joven, jovial y grácil, el cuerpo que a veces se vuelve lastre, le pasaba facturas de las dolencias, que asemejan pañuelos de despedidas, y que oscurecen de pronto la luz del día, para volverse noche oscura de soledades. Esas dolencias que motivaron su internación en la ciudad de Junín, en procura del paliativo a sus malestares, y que lamentablemente en la madrugada del lunes 12 de mayo, con solo 68 años de edad temprana, emprendió el camino hacia el celeste espacio de los recuerdos más queridos, esos recuerdos que se agolparon en nuestros sentimientos en este momento que nos moja de lágrimas nuestras mejillas, para acompañarla en la media mañana de un martes 13, fecha que hace más dolorosa la despedida, en su postrer camino hacia la nostalgia.
Como ocurre siempre, con todos nuestros seres de cercanía a nuestra existencia y a nuestro sentimiento, con Mirta Noemí Santo Domingo de Álvarez, compañera de años juveniles, se va una parte de nuestra vida…