En los pueblos chicos, especialmente en las pequeñas localidades rurales, cada habitante sabe vida y milagro de lo que allí ocurre. Nada parece ser secreto, son los temas cotidianos que se trasmiten de boca en boca, sean de tipo social, comercial, profesional y hasta íntimo.
Es por eso que si a alguien le ocurre un accidente, al momento todos se enteran, si algún vecino pasa por una situación difícil de tipo familiar, nadie la ignora, lo mismo quedan expuestos los buenos negocios, los éxitos profesionales, los fracasos, todo se comparte, de una u otra manera. El ADN de todos es prácticamente público.
Si en esos pueblos vive alguien con perfil o historia delictiva, si llegó algún nuevo habitante sea por razones de trabajo, familiares o de cualquier otra índole, en poco tiempo se habrá incorporado a esa idiosincrasia pueblerina, y como el resto de los vecinos estará enterado y compartirá los avatares de toda la comunidad.
Y es allí donde se prenden las alarmas y surgen los problemas. Porque además las historias se agrandan, y si tal o cual vecino vendió cereal, hacienda o recibió dinero por tal o cual razón, las cifras se estiran, haciendo que la tentación de los delincuentes sea mayor.
Si alguien llega a decir, ya sea en Bellocq, Smith, Moctezuma u Ordoqui, por no nombrar a todas las localidades del campo, que tal o cual vecino hizo una venta importante, automáticamente se convierte en un blanco deseado, y a eso ayuda la falta de previsiones, las puertas abiertas, la confianza en que nada va a pasar.
Pero pasa y es hora de cambiar por lo menos lo que merece ser cambiado a manera de prevención, para no tentar al diablo.
Sería por lo tanto prudente que se guarde mayor reserva en las transacciones comerciales, no sólo del que las hace sino del que las conoce. De la misma manera contemplar medidas de prevención en cuanto a tener cerradas las puertas de sus domicilios, también de sus vehículos, intentando hacer más difícil lo que para hoy es -como se dice- «pan comido», para la mente de quienes están al acecho de una víctima a la cual esquilmarla.
Tampoco el sentirse acosados como un habitante de ciudades populosas en las que la inseguridad es un drama cotidiano, pero sí pensar que los tiempos han cambiado, que la vida se ha vuelto más difícil, incluso en esas pequeñas comunidades que se distinguían por su paz, su tranquilidad y seguridad.
Todos debemos acostumbrarnos a que lo que fue, en materia de seguridad, ya no lo es, que los malos han ganado la calle, y que la única manera de desalentarlos es cerrarles las puertas a la oportunidad. Sólo la prevención podrá evitar los malos momentos. No existe, por el momento, otra fórmula.