Puede decirse que hace un año el poderoso empresario y apreciado vecino casarense Jorge Grobocopatel abandonó este mundo. Que un grave accidente cerebro vascular lo dejó atado a la vida tan sólo por la fortaleza de su corazón. Hasta que el martes en las primeras horas de la madrugada claudicó en forma definitiva. Contaba 69 años.
Fue una dolorosa vigilia para su querida esposa Rebeca Rubinstein y para sus hijos Natalia, Bernardo y Daniel. También para sus hermanos y demás familiares, al igual para sus muchos amigos e infinidad de clientes que lo apreciaban y respetaban.
Jorge Grobocopatel fue el menor de tres hermanos. Puede decirse que a la muerte de su padre, el recordado Bernardo Grobo-copatel, sus hermanos mayores Lito y Adolfo lo tute-laron hasta que estuvo listo para largar. Eso fue a poco de regresar del Servicio Militar. A partir de allí todo fue trabajo y aprendizaje, tesón y vocación, convirtiéndose poco a poco en uno más de Grobocopatel Hermanos, una empresa cerealera que crecía a pasos agigantados, a ritmo vertiginoso, cosechando clientes y acopian-do toneladas de cereal. Esa experiencia le confirió poder y decisión, sus hermanos le habían transmitido lo necesario y él lo supo aprovechar. Hasta que un buen día la sociedad se bifurcó en distintas vertientes, Lito se quedó con campos y haciendas, decidido a la producción agropecuaria, Adolfo sumando a su hijo Gustavo, flamante ingeniero agrónomo, en un em-prendimiento con un proyecto de integración e ideas avanzadas, y el comenzar a sembrar, que era toda una novedad en empresas cerealeras. Jorge en cambio continuó con Grobocopatel Hermanos a la manera tradicional de una empresa de negocios agropecuarios. Y poco a poco adquirió una dimensión monumental, cimentada por el prestigio que le confirió su confiabilidad y seguridad. Adicto al trabajo, Jorge estaba en todo, hacía miles de kilómetros, viajaba aquí y allá, hablaba con los clientes y cerraba personalmente los negocios, su firma era reconocida en todos los ámbitos agropecuarios.
Curiosamente Jorge cultivó un perfil bajo, acaso bajísimo, eludiendo la exposición a pesar de que en los ambientes empresarios se le reconocía su visión, su capacidad y pragmatismo.
Poco y nada trascendieron sus actividades, aunque sí se conocía la dimensión de sus negocios. Si bien era poco afecto a las fiestas y reuniones, cuando ocasionalmente concurría a alguna de ellas, se destacaba por su humildad, curiosidad y el placer por la charla, aunque si encontraba a alguien afín a sus ocupaciones, invariablemente terminaba hablando del campo, los avatares del clima o los precios de los cereales. Por ahí alguien lo tentaba a hablar de la realidad del país, y él emitía juicios certeros, pero sin rozar nadie, expresando en voz alta su parecer, sin especulación o trasfondo político alguno.
Pero no todo fue trabajo para Jorge, si hubo un gusto que se dio, fue el viajar, conocer países y lugares, realizar cruceros e invitar amigos, acopiando experiencias y conocimiento. Precisamente en una conversación no muy lejana con quien escribe estas líneas, Jorge expresó su voluntad de entregarle la posta de sus empresas a sus hijos, especialmente a Daniel que seguía sus propios pasos y estaba dotado para hacerlo. Bernardo y Natalia siempre seguirían participando, pero otros proyectos los desvelaban.
«Quiero descansar un poco, viajar más, disponer de mi tiempo, estar en familia, disfrutar los próximos años», diría Jorge en esa conversación, sin imaginarse siquiera que apenas unos meses más tarde todo se iba a desmoronar. Por aquello tal vez, de que el hombre propone y Dios dispone.
Con Jorge Grobocopatel se fue un claro exponente de aquellos que construyen, que su meta es el trabajo, la familia, los hijos, el futuro. Se fue muy joven aún, pero realizado, con un legado que debiera ser ejemplo, y que por cierto lo es.
Aquel Jorge de cabellera rapada que dejaba el birrete y los borseguíes para ser tutelado por sus hermanos, la tenía bien clara. Fue artífice de un destino venturoso, logró sus objetivos y mucho más. Fue un hombre que supo hacer las cosas bien.