La localidad de Moctezuma cumplió 100 años de existencia, tal vez «una pavada» para algunos, pero un acontecimiento importantísimo para quienes han formado parte de su historia, la dura y sacrificada historia de los pueblos del campo, olvidados algunos a la buena de Dios, que aún permanecen de pie gracias a esa lucha constante por la supervivencia, sumidos en un panorama que lejos de ser alentador se debate en la incertidumbre, porque el progreso les llega lento, las oportunidades escasean y los jóvenes huyen en busca de otras metas.
Pero aún así Moctezuma se vistió de fiesta, le ganó al desaliento y cual si fuera un huracán de optimismo celebró su cumpleaños Nº 100 reuniendo a su gran familia, los que están, los que se fueron alguna vez en búsqueda de otros rumbos, y todos aquellos que quisieron acompañarlos y participar de su júbilo centenario.
Pero claro, faltaron algunos que debieron estar, porque decir que nuestros gobernantes declinaron la invitación porque están sumamente ocupados por los problemas de estado, o como elegantemente se disculpan «imposible ir por compromisos contraídos con anterioridad», sería creer lo increíble o justificar lo injustificable.
Basta encender la televisión para verlos en tal o cual inauguración, cortan cintas, dicen discursos, están en aperturas de fábricas, reuniones partidarias, recorren canales, radios, participan en programas farandulescos, juegan partidos de fútbol, están omnipresentes en todos lados, salvo donde debieran estar.
Y en Moctezuma, en la fiesta de su centenario, debieron estar. La presidenta, el gobernador, los ministros, alguien debió estar llevando el mensaje institucional del gobierno nacional y también del provincial. No tienen excusas, no tienen justificación, véase del lugar donde se lo mire, porque tampoco estuvieron presentes en los centenarios del resto de las localidades de nuestro partido.
¿Una nueva forma de hacer política?, no, una nueva manera de NO hacer política, de creer que la gente, como ovejas, va a votarlos, que no hace falta acompañarlos en sus alegrías, en aquellos acontecimientos que marcan con trazos gruesos su verdadera historia.
Tal vez porque ya hacen de este tipo de errores una costumbre, sea que el voto continúa siendo obligatorio.