Quien fuera apreciada enfermera del Centro Materno Infantil, falleció, a los 77 años, el jueves 29 de enero.
“Nunca te fuiste… solo has cambiado de sitio…Pero estarás ahí, en cada amanecer, en cada noche, en cada risa, en cada lágrima…Ahí, en mis sueños, donde me abrazarás cada vez que necesite de tu calor”.
Así despedía por facebook su hija María Balarotto, a su madre, Elizabeth Juana Hernández, fallecida horas antes, a los 77 años de edad. Tal vez en esas sentidas palabras de su única hija quede resumido todo el sentimiento de amor, pesar, esperanza y resignación que este tan triste momento de despedida genera.
Elizabeth Juana Hernández de Balarotto, Betty en el tratamiento familiar y cariñoso de familiares, amigos, compañeros de trabajo y vecinos, fue un ejemplo de vida, de lucha y de amor y que desde su tarea de enfermera en el Centro Materno Infantil, donde se desempeñó con dedicación, esmero y solvencia por más de 20 años, quedó totalmente demostrado. Y ese lugar, que no fue solamente el sitio donde desempeñara su vocación y trabajo, fue también el generador de su más importante misión en la vida. Allí conoció a Ángel Balarotto, que también se desempeñaba allí y con él formó un matrimonio para toda la vida, que fuera bendecido con la llegada de su única hija, María, razón de los más hermosos y motivadores sueños de su vida, de esposa y compañera y amorosa madre.
Y Betty, con la dedicación y cariño que siempre la acompañó en todos los actos de su vida, fue la solícita y amable enfermera que supo ganarse el cariño de sus compañeros de trabajo y, tal vez lo más importante, de todas las personas que recibieron su atención y el tiempo fue sumando tiempo a su vida hasta que llegó el momento de su jubilación, que fue un reconocimiento a la tarea realizada, pero, por esas cosas de la vida, la nostalgia de la ausencia y la añoranza.
Y ya dedicada a su esposo, también jubilado como ella y a su hija, comenzó a transitar el último tramo de su camino por la vida. Y, precisamente en ese último trayecto, que debió ser de paz y disfrute, los problemas físicos comenzaron, como el andar del río por la llanura, lento pero sin pausa, a socavar su integridad y su salud, hasta que el jueves 29 de enero, marcara el punto final de su recorrido y Betty, con la serenidad de espíritu que caracterizó su vida, se fue dejándonos un puñado de hermosos recuerdos que la perdurarán en los sentimientos de todos los que alguna vez tuvieron trato con ella. Y ahora, habitante de los celestes espacios de lo recuerdos y las nostalgias, como dice su hija María en su despedida, estará en cada noche, en cada amanecer, en cada risa y en cada lágrima que nos seguirá acompañando a través de los abrazos de los sueños.
Ángel Balarotto, lector cotidiano de EL OESTE, de toda la vida y a María, nuestra querida compañera de trabajo, nuestro abrazo y sentidas condolencias. A Elizabeth Juana Hernández de Balarotto, Betty, nuestro permanente recuerdo.