Según relata Marcos Alpersohn en su libro “Colonia Mauricio”, ni bien se tranquilizó el clima después del gran temporal que provocó tres muertes, los judíos se lanzaron en sollozos de desesperación. Era obvio que la improvisación y la llegada apurada de esos colonos, antes de organizarse la infraestructura, iba a derivar en conflictos. Con premura, al recibir las noticias, el Dr. Loewenthal llegó a calmar el ánimo de los incipientes pobladores. Pero el mayor reclamo era la llegada de un médico.
Loewenthal telegrafió a Europa y el Barón Hirsch envió al Dr.Iaffe.
La llegada del mismo fue muy auspiciosa porque no sólo aplicaba la ciencia necesaria por los casos de epidemias que surgían, sino que se convirtió en un gran observador y consejero.
La confrontación entre los colonos con familia, los “solteros” (sus familias estaban e Europa) y la administración se agudizaba cada día más: sobretodo porque, según Alpersohn, el administrador Guerbil, era manipulado por los solteros para sus intereses, perjudicando a las familias de colonos ya establecidas.
“Abish, el largo y Neje, la paloma devota”
Cuenta Alpersohn que cierta tarde de sábado del verano de 1892 “… llegó corriendo Abish, a los gritos:
– ¡Doctor, mi mujer! Oh, rápido ¿dónde está el doctor…?
Iaffe no le dio tiempo para decir nada, tomó su maletín y corrió de inmediato hacia la casucha que le indicó el asustado joven que murmuraba sin cesar. ¡Oh, mi mujer!.
¡Doctor, mi mujer…!.
Llegados a la puerta de la casucha salió la mujer a su encuentro, acalorada, despeinada, pero sana…
– ¿Para qué me llamaron?, le preguntó el médico a Abish
– ¡Oh, vey, doctor! ¡Ella es una mujer casada y él es un goy (no judío)! ¡Y por si fuera poco, hoy es sábado…! Y Abish se echó a llorar desconsoladamente. Recién estuvo don Julio aquí –siguió sollozando. Por mi vida doctor; yo mismo los encontré.
El médico inclinó su negra cabeza crespa y se marchó avergonzado… Algunos jóvenes lo siguieron.
– ¡Hay que hacérselo saber al Dr. Loewenthal!, dijo apesadumbrado-. Si la epidemia de la prostitución se extiende por toda la colonización va a destruír las bases mismas de la comunidad que estamos construyendo. Esta aristocracia argentina, estos “señores” de la banda de Don Julio, concentrada alrededor de Guerbil, son nuestra desgracia- finalizó casi en un murmullo…”.
Así relataba Alpersohn una anécdota que mostraba el enfrentamiento entre colonos, la administración y la intervención, según él, de argentinos protegiendo a Guerbil, el administrador cuestionado.
LOS RIESGOS QUE CORRÍA
EL DR. LOEWENTHAL
Como vimos hasta ahora, el único responsable que le “ponía el pecho a las balas” era Loewenthal, quien tiene muy bien ganado el actual nombre de la ruta que conduce a Arias. No sólo acudió presuroso después del trágico temporal, sino que abrió las puertas del almacén de la administración para abastecer a los colonos de todo lo que allí había. Sumémosle las gestiones para traer al Dr.Iaffe, desde Europa y su intervención para evitar la corrupción de una administración que lejos estaba de ser coherente con los principios filantrópicos del barón Hirsch, según se desprende, no solo del relato de Alpersohn, sino de las investigaciones de los historiadores.
Además ordenó elegir un lugar para instalar lo que, a la postre fue el primer cementerio judío de la Argentina, sobre una colina, cerca de la laguna, donde se encuentra actualmente como “Monumento Histórico”. Allí, los hermanos Sverdlik enterraron a su joven madre, la joven pareja rumana (Tsunkblat) sepultó a su pequeño y único hijo y también fue enterrado el feto de la parturienta.
Pero la sensibilización de los colonos, los llevó a la queja generalizada y era obvio que el blanco de las mismas sería el Dr. Loewenthal. Aunque todos sabían que él no era el responsable del apuro en la llegada de los colonos y la carencia de infraestructura, que de haber existido, hubiese reducido los riesgos del temporal. Precisamente no lo era él, sino los comités de salvación, que presionados por los países portuarios europeos, querían sacarse de encima cuanto antes a aquellos inmigrantes que se agolpaban en sus puertos.
Así fue que muchos “solteros”, decidieron abandonar la colonia, algunos, con las chapas que sacaron del almacén, según Alpersohn, construyeron en Casares una peluquería y una taberna, con las que comerciaba (siempre, según Alpersohn) “con los semisalvajes pobladores de esa inmensa región casi desértica” ¡Qué concepto de los criollos, Don Marcos! (esto lo dice el autor de esta nota).
Los colonos con familias se quedaron y con el tiempo Loewenthal envió maderas cortadas, clavos, tornillos, clavaderas y chapas con las que construyeron nuevos galpones, mucho más seguros que las endebles carpas que se tragó el Pampero “De cada desastre surge un edificio mejor, de la podredumbre brota una vegetación más hermosa” (cita de Marcos Alpersohn). A partir de allí comenzó a conformarse una comunidad judía más unida.
Prof. Daniel Lombardo