En la jerga de los políticos mucho se habla de las obras y del impacto de estas en los tiempos eleccionarios. Incluso se llega a decir que aquellas que «recaudan» más votos son las que se ven, que los ciudadanos las tienen presentes en forma continua, tal el caso del pavimento, el alumbrado público, las viviendas, y otras tantas obras de infraestructura que se aprecian constantemente en la vida cotidiana. Sin duda más tenidas en cuenta, pese a su vital importancia, que las obras cloacales, tendidos de agua corriente, energía eléctrica, desagües e incluso muchas obras en salud que solo «se ven» cuando el vecino las necesita.
Créase o no, las obras votan. ¿Cuántos votos cosecharán las obras de cordón cuneta y el afirmado en aquellos barrios que eran verdaderos barriales los días de lluvia?. ¿Cuántos votos sumarán la rotonda, las viviendas, los canales, un tomógrafo, un acceso, etc.?. Sin duda muchos, pero bien cabe otra pregunta: ¿Qué pasa cuando quien gobierna no atiende las necesidades de la comunidad, no inaugura obras, no le mejora la vida a los vecinos, no escucha las demandas ni se preocupa por apostar al crecimiento?. O no logra con ingenio y haciendo participar a sus vecinos con su aporte y colaboración a la concreción de proyectos que no han sido atendidos por la provincia o la nación.
Esas preguntas son las que encuentran las respuestas en tiempo de elecciones. Porque las obras votan, y si aquel que gobierna se esfuerza en gestionarlas y logra resultados efectivos, movilizando a su vez a sus gobernados, tendrá sin duda alguna una gran ventaja sobre sus opositores.
Cabe por lo tanto exigir de estos proyectos superadores que muestren las falencias, si es que las tiene, de aquél que gobierna. Generar nuevas ideas, remarcar yerros, pedir votos a cambio de ingenio, creatividad, y propuestas que apunten al bien común y enamoren al electorado.
«La gente no come vidrio» decía un «célebre pensador» de largas patillas. Y es cierto, «la única verdad es la realidad» decía alguien mucho más esclarecido. El votante sabe lo que quiere, conoce su pueblo, sabe el ADN de sus gobernantes, y también de quienes militan en la vereda de enfrente. Aprecia lo bueno y desprecia lo malo, pero también puede ilusionarse y eso es legítimo, tiene un arma y esa arma es el voto. Subestimar al votante es la necedad más grave que puede cometer un político.