Pretender que la droga haga excepciones es ingenuo. Está en todos lados, extiende sus tentáculos a todas las clases sociales y prende con una increíble facilidad entre los menores. Por eso el hecho de que días pasados hayan sido detectados varios menores fumando porros de marihuana en el baño de un colegio secundario a nadie debe llamarle la atención. Por cierto que el problema no es nuevo, data ya de varios años, aunque en esta oportunidad los menores que fumaban lo hacían sin ningún tipo de ocultamiento, como desafiando a las autoridades de la institución. Lo verdaderamente grave es que compran la droga en la puerta del colegio, lo que rebela que quienes realizan ese vil y deleznable comercio tampoco se ocultan, lo hacen a la vista y conocimiento de todos.
Vemos que algunos políticos o personas con peso social en la comunidad se rasgan las vestiduras hablando de «ese flagelo», culpando a unos y a otros de la proliferación de adictos, si puede llamárseles así, cuando en realidad tendrían que ser parte de una cruzada en la que se aúnen las ideas y los proyectos para combatir el auge de la droga en los jóvenes, no para perseguirlos porque se fuman un porro en reuniones en casas de familia, lugares de esparcimiento nocturno, baldíos, plazas, el baño del colegio o en la misma calle, sino para intentar dar con los pasadores, esos sujetos que se infiltran entre los más vulnerables y les proporcionan la droga.
La reciente inauguración en nuestra ciudad de la Delegación Distrital de Antinarcóticos debe servir para luchar contra la droga desde la esfera oficial, generando investigaciones, haciendo seguimientos, marcando su presencia en lugares nocturnos, reuniones, en la calle misma y también en los colegios, donde con solo olfatear en los baños u otras dependencias puede saberse con exactitud si se ha consumido o se está consumiendo droga. Pero también puede hacerse desde la familia, los padres, muchos de ellos miran para otro lado sabiendo que sus hijos «se fuman un porrito de vez en cuando» como si así no se empezara el tortuoso camino hacia la drogadicción. Deben ser los mismos padres los que ante la sospecha tomen la iniciativa y ayuden a sus hijos desde la prédica cuando no se drogan, y dejándolos en manos de profesionales e instituciones especializadas, cuando sí lo hacen. Ocultarlo no tiene sentido, es una complicidad insensata.
¿Que se puede decir que no se haya dicho ya?. Es una lucha desigual que no admite bajar los brazos, un problema de todos, no de algunos. Cuando lo entendamos así es probable que los resultados sean más alentadores.