Decíamos días pasados que ante un mundo desquiciado por el terror, las muertes y las persecuciones, el Papa Francisco es un mensajero de la paz y el amor. Sangrientas guerras religiosas, ejecuciones, bombardeos y miles y miles de hombres y mujeres que intentan escapar del horror de zonas en conflicto, abandonándolo todo para intentar salvar sus vidas en la búsqueda de la caridad y misericordia humanas, ayuda y asilo en los países exentos de conflictos. Y ese es el desafío que enfrenta el Papa peregrino que hace miles de kilómetros para llegar con su mensaje de unión y paz a países que como el caso de Cuba y los EE.UU. estuvieron separados por décadas de incomprensión, sumergido Cuba en la pobreza, abandonado a la buena de Dios con un pueblo noble y resignado que padeció el atraso y la decadencia, mientras el poderoso imperio norteamericano le cerraba las puertas al mundo, tal vez guiados por sus propias razones, pero lejos del sentido de humanidad y el gesto solidario que reclamaba el pueblo cubano.
Fue Francisco el que prendió la llama, y la sensatez del presidente Obama los que hicieron posible el restablecimiento de las relaciones entre ambos países. La visita de Francisco a Cuba y a los EE.UU selló a fuego el comienzo de una nueva etapa que sin duda alguna le permitirá al sufrido pueblo cubano integrarse al mundo moderno y superar tantos años de vivir en el ostracismo.
El impacto causado por el Papa Francisco en su visita a EE.UU. fue acaso espectacular, como lo fueron sus discursos y el recibimiento del pueblo norteamericano, aún por aquellos que no profesan la fe católica, pero que ven a su visita como un hecho histórico capaz de limar odios y asperezas, dispuesto a restañar con su presencia décadas de incomprensión y desatino.
Así como el mundo mira horrorizado lo que ocurre en Medio Oriente y asume el dolor de los miles de migrantes, no puede dejar de sumarse al grito esperanzador que provoca el Papa Francisco, que cual una paloma de la paz, conmueve al mundo con sus acciones.