La primavera está en su apogeo, y así como las flores ponen su nota de color y belleza, también los yuyales crecen sin parar, especialmente en las veredas, no sólo en el radio céntrico sino en toda la ciudad, especialmente aquellas que son de tierra. Es así que dichos yuyales las obstruyen completamente impidiendo en muchos casos la circulación de los peatones. Además de ofrecer un aspecto de descuido que va a contrapelo del esfuerzo del municipio en mantener pulcra y cuidada la ciudad.
Y aquí está el punto a tratar: le corresponde al frentista, tanto el mantener las veredas de baldosas o afirmados en condiciones, sin pozos y roturas que pueden causar accidentes a quienes las transitan, sino también librarlas de yuyos y tenerlas en buenas condiciones. Cuando los frentistas no lo hacen, entonces es el municipio el que debe ocuparse, pero articular las medidas para hacerlo con cargo al frentista, para que pague por su desidia e incumplimiento de las ordenanzas en vigencia. Y ya que hablamos de yuyales, no podemos dejar de mencionar el deplorable estado de gran cantidad de terrenos, tanto céntricos como en otros puntos del radio urbano, abandonados a la buena de Dios, sin tapialar, con malezas de todo tipo, algunos incluso con basura y elementos en desuso, cuyos dueños ni edifican, ni cercan, ni los venden, tal vez porque no necesitan el dinero y especulan conque cada día que pasa se valorizan más. Se da el caso de muchos terrenos que están en sucesión o en problemas judiciales, lo que ameritaría que la municipalidad se imponga del estado de los mismos y disponga su limpieza y acondicionamiento con cargo siempre a sus propietarios.
Pareciera que el tema es menor, que existen otras cosas más importantes que tratar, pero suelen ser las pequeñas cosas las que conforman un todo cuando se pretende que una ciudad, como en el caso de Casares, no sólo cuente con servicios, infraestructura y todos los adelantos que hacen a la calidad de vida de sus habitantes, sino también con un entorno de orden, pulcritud, y porqué no de hermoseamiento, en el convencimiento de que un entorno agradable es también signo de crecimiento.