“Para doña Rosa la política deliberativa-institucional es un obstáculo y no un medio. Por eso, ataca a los políticos, desconfiando no sólo de sus intenciones, sino, más radicalmente, de su existencia misma. …
Doña Rosa tiene una relación brutal con el Estado y sus instituciones. Piensa, en primer lugar, que el hecho de pagar impuestos la faculta para ser juez en la asignación de partidas del presupuesto nacional…
En realidad, su idea de ciudadanía está vinculada a lo económico más que a lo civil y político; está definida por el uso y no por el ejercicio; está centrada en los derechos, no en los derechos y deberes.
Doña Rosa sólo puede vivir en un mundo de política massmediatizada…. La política que le interesa está construida por los comunicadores, el orden del día propuesto por los noticieros de televisión, la confiabilidad sustraída de los representantes para ser administrada por los líderes de los mass-media. A la cultura de la discusión parlamentaria, que Doña Rosa aborrece porque acusa al Parlamento de dilaciones insoportables, le sucede la de la mesa redonda televisiva donde los periodistas dictan cátedra (liberal, progresista, democrática o reaccionaria) a los políticos y los políticos quieren pasar por menos inteligentes de lo que son, cuando son inteligentes; y por más honestos de lo que son, porque saben que el público ha aprendido con Doña Rosa casi una sola verdad: que los políticos son siempre corruptos.»
Beatriz Sarlo. Escenas de la vida posmoderna, 1994
Tuve que volver a leer a una opositora serial del Kirchnerismo como Beatriz Sarlo para repensar la derrota, y digo su nombre porque es una autora de lectura obligatoria en las universidades de sociología, sus posturas y discuciones con Horacio Gonzalez y David Viñas, entre otros, son antológicas.
A ver, ya pasó una semana del balotaje, vencido el peronísmo, hubo que tragar saliva y con no pocas justificaciones salir a trabajar como todos los días, el lunes. Pero no fue suficiente, porque en la difusa fatalidad de la derrota, todavía hay explicaciones que no conforman a los propios. Los opositores la tienen fácil porque para ellos era obvio, “se veía venir”, estaban cansados de tanta cadena nacional, tanta corrupción, tanto pescar en una pecera, etc. O por lo menos eso es lo que se repite, primero en infinidad de medios y luego resonando como caja de ajuste en las bocas de los “usuarios”.
Principalmente hubo un mecanismo que funcionó a la perfección y es la implantación positiva y sistemática de ejes de pensamiento que ya tenían cierta legitimidad en muchos recorridos de la historia, como la idea de inflación asociada a despilfarro, gasto público, corrupción, emisión desordenada, etc. Esto caló perfectamente en todos los disconformes, como advertencia y alarma, llenando las horas de los medios hegemónicos y derivando en nuestra derrota electoral, demostrando que efectivamente saben hacer las cosas.
La cadena del desánimo, como la tropa K solía decir de los medios Clarín & Cia., sobraban en reforzar ideas e imágenes que torcieron la discusión hacia el único tema aceptado por ambos sectores y claramente mejor comunicado por la derecha: el cepo y el dólar devaluado. No existió otro fenómeno a analizar y los viejos carcamanes volvieron a tomar estado público y muy bien recompensados salieron al cruce de las luces y cámaras para estocar un gigante que se creía invencible. Hasta Cavallo, el tipo más puteado en la historia de los ministros de economía, volvió a dar recetas y palmear por la espalda al “gabinete técnico”. Increíble.
Esta nota es en parte el resultado de la indignación y un encuentro casual con una ex compañera que hacía rato no veía y que admitió haber votado al Pro en clara sintonía con su escala de valores. Es en este punto donde se cocina mi bronca, por no haber sabido leer el humor social mayoritario. Uno que se cree conocedor de la sociología y la comunicación, no encuentra explicación a la mutación conservadora de una persona inteligente, creativa y emprendedora en su adolescencia, que hoy ejerce sin problemas su oficio, con formación y recorrido intelectual, al igual que tantas otras personas.
Por eso vuelvo al texto de Sarlo, a la Doña Rosa que ella usa, la misma interlocutora de Neustadt, que explica parte de lo sucedido en este año electoral. Y así dejo abierta la cabeza para seguir entendiendo el pensamiento de Doña Rosa, una señora que algún día debiera perder la inocencia.