Cuando éramos chicos, hace de esto una ponchada de años, el girasol era para nosotros una golosina, también lo era para los jóvenes y mayores. Su consumo era masivo, lo comprábamos a los vendedores ambulantes en las canchas, en todas las reuniones al aire libre, también en la plaza y en la calle. Como si fuera un vicio contraído, el girasol era, créase o no, un símbolo de nuestra identidad, algo que nos hacía diferentes a los casarenses. Nuestra habilidad para llevar dichas semillas a la boca y extraer sus sabrosas pepitas, asombraba a quienes no vivían aquí ni tenían nuestras costumbres. Las calles, o mejor dicho las veredas se veían con frecuencia tapizadas de cáscaras de dichas semillas, que escupían inevitablemente quienes comían las pepitas.
Aquello seguramente se ha convertido en anecdótico, si bien las semillas de girasol se siguen vendiendo ahora industrializadas con pulcras bolsitas, su consumo es ínfimo en comparación de aquellos años, pero claro su repercusión ahora es otra. Tenemos la Fiesta Nacional del Girasol, por obra de vecinos iluminados que supieron institucionalizar aquel vicio contraído, y germinó la idea de convertirlo en Fiesta Nacional. Ergo, los que tuvieron dicha idea también fueron adictos a los cucuruchos de papel de diario, repletos de semillas de girasol, que vendían Pío, o Pelele, o tantos otros pintorescos vendedores ambulantes que se ganaban la vida gritando «girasol…girasol…».
Ya nadie se acuerda de eso, los jóvenes jamás lo vivieron, así que el girasol ahora tiene chapa, ya no es más esa costumbre asquerosa de escupir para un costado y ensuciar calles y veredas. Ahora es el señor girasol, las mujeres más hermosas le rinden tributo y mueren por ser su reina. Pero la memoria es la memoria, el que escribe añora esa habilidad de acomodar con la lengua la semilla y partirla para extraer la deliciosa pepita, y luego escupir el desperdicio a donde sea, total los barrenderos puteaban y las levantaban.
Sea como fuere reverenciemos la fiesta, hagámosla linda, atractiva, no dejemos de ir, por que en algún rincón siempre estará presente la verdadera historia de la Fiesta del Girasol. Y es eso precisamente lo que a los casarenses nos hace diferentes.