Porque el ser humano vive en sociedad, las relaciones interpersonales son un factor importantísimo en la construcción de la misma. Desde que nacemos hasta que nos vamos, estamos en contacto con miles o millones de personas. La familia, el jardín de infantes, la escuela, la universidad, el trabajo y un largo etc. Muchas veces podemos elegir quien es parte de nuestras vidas, pero otras tantas no. Compañeros de escuela, de trabajo, son el claro ejemplo que nos rodean personas que no elegimos directamente. Cada ser humano afecta e influencia a otro. Cada persona tiene el poder de alterar nuestra realidad. Esa influencia puede beneficiarnos o no, puede ayudarnos a crecer o estancarnos. Muy pocas veces nos detenemos a evaluar, cualitativa y cuantitativa-mente, que tipo de poder ejercen determinadas personas en nosotros. Ojo, no estoy hablando de la intención. Creo que la gran mayoría de las personas queremos lo mejor, anhelamos afectar positivamente en la vida del resto. No obstante existe gente que, sin mala intención, es tóxica. Es totalmente negativa. No suma. Nos quita la energía. No quieren ser tan negativos, pero ahí están. No desean cargarnos con sus problemas, pero nos cuelgan sus mochilas. Buenos momentos se nublan por el lamento de sus quejas. Pero cuando hablamos de gente tóxica no solemos auto evaluamos. Más bien pensamos enseguida en otras personas. Ahora, ¿Cómo reconocer este tipo de personas? ¿cómo saber si no somos uno de ellos? Siendo realistas, todos tenemos algo de negativos, todos tenemos áreas en las que tenemos que seguir creciendo. Hay muchas características de las personas tóxicas pero considero que las siguientes son las evidencias más superficiales:
El quejoso: este individuo tiene la capacidad de encontrar todo lo negativo de las situaciones, por más que sea algo totalmente bueno. No solo detecta (o inventa) “los aspectos” negativos, sino que además las exterioriza. Dice las cosas y en un tono totalmente pesimista. Estar rodeado de quejosos nos quita las ganas de vivir, nos baja la energía.
El envidioso: esta persona es aquella que no acepta tu progreso. No solo se trata del deseo de poseer lo que tenés, sino de la incomodidad mediocre de creer que él merece lo mismo o más que vos. Se cree más que el resto de las personas, pero gasta la energía envidiando en vez de usarlas para crecer.
El chismoso: meterse en la vida ajena no ayuda a crecer. Somos individuos con una historia propia. Nadie está en nuestros zapatos, ni ha tomado las decisiones que elegimos frente a las situaciones que nos enfrentamos. El problema del chismoso es que sabe todo de todos, y nada de nadie. No entiende de razones, solo vocifera los hechos con sus filtros. Su discurso lo coloca en un lugar de superioridad siendo juez y verdugo.
El culpador: a esta persona le encanta lavarse las manos. Tira la pelota para otro lado. Es responsable de varias cosas pero, si los resultados no son como esperaba, reparte culpas a todo el mundo. Fue mi familia, fue mi trabajo, fue mi perro que se comió la tarea… Nunca un “fui yo”.
El manipulador: las personas tenemos intereses. Todos queremos, deseamos cosas. El inconveniente surge en cómo llegamos a ellas. La característica del manipulador es que trata de torcer, con muy bajos argumentos, la voluntad del resto de las personas. Recurre a sentimientos profundos, muy enraizados en nuestro interior. Apela a nuestra moral, invoca todo tipo de premisas con tal de lograr su beneficio
Podríamos enumerar muchos más, pero la realidad es que quisiera compartir el antídoto para este tipo de conductas (sean propias o ajenas).
Agradecer: existen muchos más motivos para estar agradecidos que para quejarse. Si miramos la vida desde una perspectiva de agradecimiento, la misma se encarga de traernos más momentos bellos. Cambiar el anteojo de la queja por el del agradecimiento, cambia el modo de ver y vivir la vida. Dejar de creernos victimas para ser dueños de la vida. Dar gracias, aún por lo que consideramos pequeño, nos cambia el ánimo. Vivir agradecidos es vivir alegres, sonrientes.
Valorar: los objetos materiales tienen precio, pero los momentos son invaluables. El valor lo determinamos nosotros mismos. De dónde venimos, dónde estamos, cómo estamos, quién nos acompaña. Valorar lo que rodea nuestras vidas, quita la vista de la vida ajena. Nos lleva a ser dueños de nuestras vidas sin compararnos con los demás.
Conocer: Saber quién soy, que debilidades tengo, que fortalezas, conocer mis semejanzas con mi prójimo y mis diferencias. Ser tolerante, porque yo mismo necesito que sean tolerantes conmigo. Tener el eje en el crecimiento, hace que entendamos las decisiones ajenas. Nos permite que, al querer hablar de otra persona, evaluemos si tenemos la autoridad moral de levantar la primera piedra, para arrojarla en actitud condenatoria.
Responsabilizar: Ser responsables es hacerme cargo de las consecuencias de mis decisiones. Ser consciente que los actos son las causas de aquello que no salió como esperaba (o sí) y, aceptar que soy los creador de esa realidad. No el otro, sino YO.
Detectar: descifrar las intenciones propias y ajenas nos lleva a un lugar de crecimiento destacable. Saber qué moviliza a las personas, nos pone en una posición firme para no sucumbir ante sus maquinaciones. Nos volvemos inmunes a los bajos recursos que puedan utilizar para su beneficio y a costa nuestra. Conocer nuestras intenciones nos auto evidencia y podemos evaluar qué estamos dispuestos a hacer para llegar al objetivo. El fin NO justifica los medios.
Reconocer y cambiar nuestras toxicidades es un deber personal. Lo debemos a nosotros mismos, a nuestras familias, nuestros amigos, nuestro círculo íntimo y, aún, a nuestra sociedad, nuestro mundo. No desechemos nuestra suciedad en el resto de las personas, ni dejemos que la gente tire su negatividad en nuestra mente. Obviamente, el cambio siempre empieza por nosotros y lo que permitimos en nuestras vidas. Seamos responsables, vivamos armónicamente.
Decidan vivir la vida plenamente.
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