Hay muchos que lo son hoy,
otros que lo serán siempre,
pero todos tienen de docentes
para toda la vida el corazón…
El ser docente, más que una profesión es una hermosa vocación, que enciende mariposas de orgullo en el alma y da a nuestras vidas el impulso de cariño que la sostiene y da sentido. Un camino rodeado de entrega interior y amor hacia los alumnos, que como cientos de hijos de rostros y procederes distintos, componen el universo que recibe a diario nuestro esfuerzo y dedicación, a los que con la dedicación y el entusiasmo del artesano tallador, vamos pacientemente, dando forma educativa para transformarlos en gente de provecho. Muchas veces esa intención no llega a concretarse, quedando en el camino jirones de ese esfuerzo, pero, afortunadamente para el docente, muchas veces esa siembra germina en el surco de la existencia para producir frutos que forman las mieses que el destino, como los panaderitos del cardo, volarán por los espacios de la vida, llevando consigo retazos de ese esfuerzo y cariño.
Y cuando ese camino de sueños, esfuerzos y dedicación llega a su fin, cuando la luz de la vida se apaga, para transformar a ese ser de luz y esperanza en recuerdo, es como si un libro perdiera su más valiosa página, pero guardado para siempre en el corazón de los alumnos que fueron su desvelo, en la mente formada en parte por los conocimientos que transmitiera, en el cariño que ganara con su esfuerzo y dedicación.
Todas estas sensaciones nos llegan en este momento, envueltas en la pena y dolor que nos deja el fallecimiento de una docente de alma, Agustina Rodríguez de Pamio, cuando solo contaba con 60 años de edad.
Profesora de Matemáticas, ciencia eminentemente formadora de conocimientos pero, a veces, no tanto de reconocimientos. En el caso de Agustina, fue el compendio de ambas sensaciones. Ejerció su Profesorado en el Instituto Comercial Juan XXIII mayoritariamente, lugar que llegó al cargo de Rectora y donde se jubiló. Casada con el Contador Osvaldo Pamio, formando un hogar para siempre, que la vida bendijera con tres hijos, Rocío, Sol y Esteban que entibiaron sus últimos días con el sol de amor que se llama nietos.
Todo era felicidad, pero un día el destino puso sombras a su marcha y una penosa enfermedad clavó sus garras siniestras en su cuerpo, para, lenta, paulatina y lamentablemente, socavar sus cimientos de vida y marcar el último derrotero de su marchar. A pesar de los esfuerzos de la ciencia, a pesar del calor del cariño que la rodeaba, en la madrugada del sábado 20 de mayo, esa hermosa llama que irradiaba de su alma, dejó de alumbrar el camino. En Buenos Aires, donde trataba de arrebatarle a ese maldito destino su final, dejó de existir Agustina V. Rodríguez de Pamio, docente de alma y magnífica persona.
Camino a la que sería su última morada, el Cementerio Municipal, el doloroso cortejo detuvo unos instantes su marcha frente al Colegio Juan XXIII, donde fuera despedida por colegas y ex alumnos y recibiera el rezo religioso del último adiós.
Y, como un “hasta todos los momentos”, esta despedida, nacida del profundo sentimiento de pesar del alma de quien lo escribe, es un pañuelo agitado en el viento del cariño, acunado por el dolor.
Hasta siempre Agustina Rodríguez de Pamio!!!
- D. O.