Una vez un hombre heredó varios bienes materiales. Entre estos bienes había un caballo, un negro y hermoso ejemplar equino. Como nos pasaría a la mayoría de nosotros, este hombre no tenía ni idea cómo hacer para mantener un caballo. Evaluó costos, se asesoró y decidió venderlo. El comprador, viendo el negocio y la necesidad de venta del heredero, lo compró a $5000. En unos días y con un par de llamados telefónicos, el comprador re vendió el caballo por una suma superior. Quien lo compró pagó $70000. El nuevo comprador conocía el ejemplar que adquirió, sabía que era un “pura sangre” de familia ganadora. En seguida se puso en contacto con un Jeque árabe y lo vendió a $300000.
La historia anterior es una ficción bastante adecuada para explicar muchas de nuestras actitudes. Todas las personas tenemos un concepto propio, nos damos un valor. Cada vez que decimos: “no merezco esto”, “no puedo”, “es mucho para mí”, “eso me resulta imposible”, “no me llega ni a los tobillos”, etc.; estamos dándonos un valor. Podemos exagerar o ningunear quienes somos, pero constantemente ejecutamos un juicio de valor hacia nosotros (y otros, aunque ese ya es otro tema). Ahora, ¿cómo podemos tener un equilibrado concepto propio? ¿Cómo evitar caer en la fanfarria de creernos más que otros? O ¿Cómo no desperdiciar nuestro potencial por creer que no podemos? La respuesta es sencilla, lo que no quiere decir que sea fácil. Debemos, como habitualmente recomiendo, CONOCERNOS.
Conocernos a nosotros mismos es fundamental para ver como interpretamos el mundo, y como el mundo nos interpreta. Saber de los filtros, los anteojos que usamos, nos ayuda a interpretar porque vemos al mundo de determinada manera y como él nos ve. Descubrir el potencial que tenemos es saber lo que valemos para el mundo, aunque el mundo no vea el valor de quienes somos.
¿Cuál es la manera práctica de hacer esto? Como en casi todos los artículos, las sugerencias a seguir son solo herramientas. El fin último es el auto descubrimiento y así llegar a ver la realidad más interdependientemente. Existen tantos mundos como personas en el mundo, existen tantos universos como observadores del universo. Cada uno tiene su forma de ver la vida, de interpretar las cosas. Entonces, puedo sugerir varias herramientas pero cada uno tiene que descubrir la más adecuada. Pero recordemos que la meta es “conocete a ti mismo y conocerás el Universo”, según decía el Oráculo de Delfos.
Entonces, el punto de partida es pasar un tiempo con nosotros mismos. Es sumamente importante el tiempo que nos dediquemos porque de ello dependerá nuestro resultado. ¿Qué hacemos en ese tiempo? Acá viene lo lindo…
En primer lugar debemos descubrir las estructuras mentales que nos condicionan. Desde que somos niños se nos programa (y nosotros lo permitimos) con determinadas reglas. Ya sea en la conducta, en la educación, en las emociones se nos limita el potencial que tenemos. ¿Cuántos músicos, futbolistas, bailarinas, le hicieron caso al “no podés” y se quedaron en el camino? ¿Cuántas pinturas hermosas no podemos disfrutar hoy en día porque alguien creyó que “no podía”? Liberarnos de esas malas creencias nos da el valor de animarnos.
Por otro lado, tenemos que saber de qué cosas somos capaces. Ser idóneo es tener la habilidad, natural o entrenada, para hacer algo. Los músicos tienen un oído natural pero deben entrenar para poder ejecutar un instrumento. ¿Qué capacidad escondida tenés? ¿Qué te gustaría hacer y nunca te animaste? Animarse a más, decía una publicidad. Si intentás podés perder o ganar, pero si nunca te animás ya perdiste. Nunca se sabe lo que puede pasar. Si no me atrevía a escribir, no estarías leyendo estas palabras…
Para auto conocernos es necesario, también, detectar las mentiras que nos creímos. Las personas tratan de satisfacer sus intereses personales y muchas veces no miden la consecuencia de su accionar. Como seres humanos sufrimos las influencias ajenas constantemente. Creemos fácilmente las palabras de adulación pero sospechamos con reacia incredulidad las verdades más amargas. Seamos observadores del accionar del otro y no dejemos que la gente proyecte sus miedos en nosotros. No nos convirtamos en esclavos de los miedos ajenos pagando el precio de nuestros sueños. Veamos cuanto valemos, quienes somos.
Obviamente el valor no tiene nada que ver con el precio. El valor de la vida no tiene precio. Saber quiénes somos nos libera, nos quita la mochila de los falsos conceptos que compramos. Nos dice el valor infinito de ser seres potencialmente ilimitados. Podemos curar con las palabras, sanar con un abrazo, iluminar con una sonrisa. Podemos animar con una mirada, construir con el ejemplo, brillar con el amor. Podemos solo si sabemos qué valemos, qué y quienes somos.
Decidan vivir plenamente la vida.
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