De quién es el arbolado público?. No caben dudas, la última palabra lo indica, es de la comunidad, en Carlos Casares se instituyó como obligatorio que éste debía estar conformado por una especie única, el plátano, un árbol de regiones templadas que puede alcanzar una considerable altura y da mucha sombra. Tal vez el inconveniente mayor sean sus raíces las que suelen aflorar hacia la superficie, levantando las veredas y en algunos casos llegando a dañar los cimientos de las construcciones.
Si decimos que en el arbolado público perdura la mitad o tal vez menos de los plátanos que lo conformaron en sus inicios, no nos equivocaríamos demasiado. La tala de estos árboles ha sido indiscriminada, y en algunos casos dejan sus raíces y un toco del árbol sin extraer, por lo que no se hace su reposición. En otros casos se plantan distintas variedades, algunas que pueden servir como arbolado público, pero otras, el caso de las palmeras, los sauces y algunas especies de jardín, desvirtuan totalmente el ordenamiento urbano que debe existir.
No existe a nivel de los vecinos, salvo excepciones, el comportamiento de solicitar el permiso de extracción correspondiente de un árbol ubicado en su vereda, en caso que las razones así lo justifiquen. Lo sacan sin permiso alguno, así como tampoco se molestan en pedir asesoramiento para reemplazarlo con una especie determinada.
Otro problema es la poda, que lejos de hacerse correctiva para que el árbol no sufra podándole las ramas que realmente ocasionan problemas, le dejan sólo el tronco, despojándolo de todas sus ramas.
Esto se ve cada otoño, dejando al descubierto quienes son los vecinos que tienen un criterio comunitario y quienes son aquellos a los que nada les importa y se manejan arbitrariamente ignorando todo ordenamiento urbano.
La vida en comunidad exige comportamientos basados en el respeto a las normas y ordenanzas creadas para ordenar, preservar y generar la armonía visual necesaria que conforme un entorno agradable. Ocurre con la diversidad de especies en el arbolado, con las veredas cada una «a gusto del frentista», con los frentes de las viviendas descuidados, con los comercios ruinosos, con los locales abandonados y los baldíos convertidos en un bosque de matorrales que muestran la desidia de sus propietarios.
Y tendríamos más, tal vez un detalle abrumador que nos haría caer la ficha de que la comuna no puede hacerlo todo, que la mayoría depende de nosotros mismos, y en ese aspecto, se observa demasiada indolencia.