El nombre de Néstor Kirchner impuesto a centros culturales, calles, hospitales, avenidas, plazas, bibliotecas, etc. ha motivado que algunos exponentes de la política nacional, por lo general pertenecientes al gobierno actual, pretendan revertir ese reverenciamiento que entienden exagerado, y cambiar dichas denominaciones por otras. El Centro Cultural Néstor Kirchner sería un poco el símbolo de esa corriente. A su vez habría intenciones de darle forma de ley a la idea, disponiendo que dichos homenajes se realicen únicamente a aquellos personajes que han fallecido hace más de 20 años. Eso terminaría a su vez con la posibilidad de homenajear en vida.
Unos por mucho, otros por poco…
En Carlos Casares, aunque parezca mentira, no existe ni calle, ni plaza, ni barrio, ni una salita, nada, absolutamente nada que recuerde al primer intendente y también gestor de nuestra autonomía Héctor Robbio.
En oportunidad de la visita a nuestra ciudad, hace de esto 12 años, de integrantes de la familia Robbio, descendientes de aquellos hombres que escribieron páginas de nuestra historia lugareña, reflejamos de esta manera la impresión que tuvieran: «Grande fue el asombro de sus descendientes cuando recorrieron las calles de nuestra ciudad y no encontraron la placa recordatoria de aquellos grandes de la historia casarense, la que estaba colocada en la entonces Avenida Robbio (ahora 9 de Julio) y nada que los recordara. Estuvieron preguntando dónde estaba dicha placa, la que finalmente hallaron en el centro de la Plaza San Martín junto a otras. Casi una afrenta».
Creemos que el primer intendente casarense merece una mención, que lleve su nombre Héctor Robbio un edificio público, una calle, un barrio, un acceso, una obra importante, algo que lo recuerde, como se recuerda a las personalidades que han tenido que ver con el nacimiento y crecimiento de los pueblos.
Si hoy a los chicos y a los jóvenes se les pregunta quien fue Héctor Robbio probablemente no lo sepan decir. No es culpa de ellos, por supuesto, sino de aquellos que guiados por mezquindades políticas pensaron que arrancando una placa y cambiando una denominación, podían borrar la historia.