En el gobierno, en las instituciones, en los sindicatos, en la gente de a pie, la crisis pareciera ser un común denominador que a todos nos comprende.
Los factores son infinitos, pero en su mayoría tienen que ver con las políticas partidarias, empresarias, el desenvolvimiento de las instituciones, las ambiciones desmedidas, los actos corporativos, la incomprensión, falta de solidaridad y en especial con las personas. Pero si existe una institución que no puede entrar en crisis porque de su desenvolvimiento eficaz depende la armonía y el entendimiento de sus integrantes, esa institución es Bomberos Voluntarios.
Comentábamos en nuestra edición anterior que a raíz de distintas desinteligencias entre algunos de los integrantes de la Comisión Directiva y miembros del cuerpo activo, había estallado una crisis que determinó el alejamiento de tres directivos de la institución, alguno de los cuales se fue imputando las responsabilidades de su conducta «en disconformidad con un clan familiar que maneja la institución como si fuera de su propiedad» . Si esa decisión hubiera marcado el epílogo del conflicto, probablemente se habría inscripto dentro de un episodio natural en las relaciones de las personas, pero si lamentablemente la puja fue más allá, comprometiendo el accionar del cuerpo activo, que esperamos no sea así, desnuda una preocupante situación.
El detonante de tal crisis que nunca debiera haber existido, muestra el peor de los escenarios, que es la renuncia del Comandante del Cuerpo de Bomberos Voluntarios de Carlos Casares, una persona que desde su visión joven e innovadora le aportó a dicha institución una impronta progresista, en la que el equipamiento, la capacitación y la vocación de servicio fueron los pilares fundamentales de su crecimiento como institución y de sus resultados como partícipes extraordinarios del esquema de seguridad y protección de la comunidad.
Guiándonos por las palabras de despedida del Comandante Trezeguet tras anunciar su renuncia a la jefatura del cuerpo, es nuestro deseo como integrantes de la comunidad casarense que su alejamiento, cuyas causas están fundadas en sentimientos plenamente atendibles, no provoquen el resquebrajamiento de la institución, sino por el contrario que sirva para robustecer a los hombres que continúan, y en los que los vecinos depositamos toda nuestra confianza.
No es nuestra intención la de juzgar actitudes y comportamientos, pero estamos convencidos que todo esto pudo haberse evitado de haber privado por sobre todas las cosas el bien de la institución, dejando de lado mezquindades personales que llevan a las personas a manifestarse públicamente de manera equivocada, o al menos desacertadas, cuyo efecto puede ser imprevisible y acaso perjudicial, no sólo al destinatario sino a la comunidad en su conjunto.
Nuestras instituciones no pueden darse el lujo de perder a sus mejores hombres. El comprometerse y trabajar en beneficio y protección de los vecinos, sacrificando horas de sueño, descanso, trabajo y esparcimiento, requiere condiciones muy especiales y valederas. Protejerlos a ellos también forma parte de nuestro deber como ciudadanos.