En una serie de notas El Oeste se ocupó de los pueblos del interior casarense en vías de extinción, entre ellos, La Sofía, Santo Tomás, G. Arias, Algarrobos, dejando «en lista de espera» otras localidades que a través de los años fueron decayendo a niveles alarmantes, con pérdida notable de habitantes, una merma importantísima en la actividad comercial y pérdida de servicios con los que antes, en su época de esplendor, contaban. Incluso llegamos a publicar una lista completa de los comercios con los que contaban, casas de remates ferias, oficinas, etc. Dichas localidades cumplieron un siglo de existencia ya casi sin existir, mientras que el resto de los pueblos rurales, si bien experimenta esa merma también de manera notable luchas por subsistir en medio de innumerables problemas.
ORDOQUI
El diario La Nación en su edición del domingo ppdo. bajo el título «Pueblos fantasma: la Argentina que desaparece¨, entre distintos pueblos a los que hace referencia, figura la localidad casarenses de Ordoqui, que bajo el subtítulo de «Ordoqui, himno y lamento», dice entre otras cosas que a continuación transcribiremos, que «de 1800 habitantes en la década del ´30 pasó a 170 o tal vez menos en la actualidad».
La nota de referencia dice así:
«No nos vamos a ir. Aunque se vayan todos, aunque nos quedemos solos, de acá no nos vamos.» La que recita el himno de amor eterno a Ordoqui, localidad del partido de Carlos Casares, provincia de Buenos Aires, es Alicia Sánchez (53 años), una maestra jubilada que fue directora de la escuela del pueblo. Está junto a su marido, Roberto Berardo (60), contratista rural.
El himno es también un lamento. Ordoqui pasó de una población de 1800 personas hacia fines de la década del 30, a 170 en la actualidad. «Debemos ser menos. El mes pasado se fueron 10 o 12», dice Javier Benintende (42 años), apicultor.
Floreciente de vida y trabajo en el corazón de la pampa húmeda, a comienzos del siglo XX el partido atrajo a inmigrantes españoles, italianos, árabes, judíos y vascos. El pueblo estallaba en construcciones y emprendimientos. Hoy hay que hacer un acto de fe para creerlo, pero tenía dos sastrerías, dos peluquerías, bazar, correo, clubes, librería y un hotel, el Chanta Cuatro, famoso en la zona. «Tuvimos hasta tres carnicerías. El Chanta Cuatro, que siempre estaba lleno, ya no existe. Recorran un poco y van a ver: no queda nada. Ni médico», dice Armando García (60 años, todos en Ordoqui), que trabaja en la delegación municipal.
Para esta localidad de 116 años, ubicada a 42 kilómetros de la ciudad de Carlos Casares por camino de tierra, la tormenta perfecta fue la desaparición del ferrocarril, en 1977, y, después, del polo lechero, su principal industria, la que le hizo vivir décadas enteras de prosperidad. Llegó a tener siete plantas lácteas, entre ellas, Magnasco y Grillo. Una sola fábrica empleaba a 400 personas. La crisis del sector, el avance de la soja, las dificultades para sacar la producción y las inundaciones las convirtieron en inviables. Ahora los ordoqueños viven a merced de una actividad básicamente agrícola que, por el desarrollo tecnológico, ya no requiere tanta mano de obra. «Además, un peón rural gana 9000 pesos y trabaja diez horas -razona Benintende-. La verdad es que los jóvenes quieren ganar más y no trabajar tanto. Por eso se rajan. Se van a Bolívar, Carlos Casares, Pehuajó, Buenos Aires.»
La pertinaz decadencia de las poblaciones rurales del partido -la vecina localidad de Hortensia pasó de 1800 habitantes a 220- apenas ha inquietado a los gobiernos. «Cada tanto llegan algunos funcionarios, preguntan, averiguan, pero después se van y no hacen nada. ¡Si por lo menos nos asfaltaran la ruta!», dice Sánchez, la maestra dispuesta a resistir hasta el final.
El pasado y el presente del pueblo parecen encontrarse en la vieja estación del tren, desde la que salía la producción de toda la zona. Allí funciona hoy el «Centro Cultural Integrador», una biblioteca pública. De vagones rugientes al silencio de una sala de lectura, ya nada es lo que era en los pagos de Ordoqui.