En la nota que hiciera el diario La Nación referida a los pueblos del interior de la Argentina que desaparecen, los llama «Pueblos Fantasma», tal vez haciendo referencia, un tanto mitológica, a que han quedado sólo espectros, almas en pena, de lo que fueran comunidades pujantes, ahora reducidas a la decadencia y la extinción.
Demasiado fuerte para los que aún luchan para no tirar la toalla, animados por el amor que le tienen a esas comunidades, que si bien es cierto, son apenas una sombra de lo que fueron, los que quedan lejos de ser residuales o de seguir el camino fantasmagórico que les auguran, no ocultan su amor por el terruño, y con optimismo, fe y la fuerza que les da la pertenencia, sueñan con un cambio y quieren ser parte de él.
Es cierto que la falta del ferrocarril, verdadero motor de esos pequeños pueblos rurales, les inició el réquiem, produciéndose un masivo éxodo por la falta de trabajo, atención de la salud, oportunidades, carencias en la educación y la vida difícil y sacrificada, lejos de todo, de espaldas al progreso. Pero no todos claudicaron, son aún muchos los que en los distintos pueblos del interior casarense se empeñan en no bajar los brazos y a través de pequeños logros van mejorando su calidad de vida, resistiéndose a dejar el lugar donde nacieron, crecieron, formaron sus familias y acunaron sus sueños.
Queda para la reflexión que la única forma en que ese sacrificio tenga sentido, es el que las autoridades municipales focalicen no sólo su ayuda, sino generen proyectos para el crecimiento de esos pueblos, a través de mejoras en servicios, comunicaciones, salud, educación y esparcimiento.
Los fantasmas o las almas en pena, son más para cuentos que para la realidad de comunidades valientes que se debaten en el desasosiego por la falta de oportunidades y las distintas carencias que hacen tan difícil su existencia. Hagámosles la vida más fácil, acompañémoslos para que sus sueños se hagan realidad y estaremos ahuyentando a esos fantasmas que no son tales, porque los fantasmas no existen.