Ya en varias oportunidades hemos definido a la política. Todas esas definiciones , y por cierto que hay muchas, coinciden en que la política es un medio que tiene como fin el mejorar la vida de las personas. No tiene ningún justificativo que quien en nombre de la política ponga en riesgo su propia vida. Y nos referimos concretamente a lo sucedido al conocido y apreciado vecino Jorge Zabala, un hombre con inquietudes y la sencillez de la gente de campo, de trato afable y cordial, que llevado por las circunstancias ingresó a la política con el afán supremo de hacer un bien a la comunidad. Zabala, según trascendió, en la natural y a veces encarnizada puja que se produce en las alianzas por la inclusión de candidatos de una u otra fracción, sufrió una descompensación física que elevó su presión arterial, debiendo ser atendido en el hospital ante la preocupación de sus familiares. Estos, como una reacción lógica de amor filial, en su afán de protegerlo culparon de esa instancia a los políticos con los cuales Zabala estaba negociando cuando se produjo su crisis.
No siempre el ejercicio de la política es saludable. Y menos aún para quien no está preparado para ejercerla manejándose con códigos que tal vez vayan a contramano de sus intenciones, lo que le causan angustias y desazones que terminan generándole trastornos físicos que en alguna manera pueden ser preocupantes.
Tampoco se debe demonizar a la política pensando o haciéndose a la idea que quienes la practican son sujetos malvados o traicioneros que apelan a medios espurios con tal de concretar sus fines aún a costa de jugar con la salud de las personas. Ni lo uno ni lo otro, simplemente los seres humanos tenemos ideales, afanes comunitarios, deseos de participación y compromiso con nuestros vecinos. Los canalizamos desde la política, otros desde las instituciones o colaborando en cuanta cruzada de bien se nos convoca. Simplemente debemos elegir nuestro lugar y considerarnos aptos para ello. Inmolarnos en expresiones de política activa cuando no estamos preparados, no tiene sentido, el bien común no se logra comprometiendo nuestra existencia y preocupando a quienes conforman nuestro grupo familiar. Simplemente se debe elegir el lugar, trabajar con alegría, poniendo toda la energía dejando de lado apetitos personales o la defensa de causas perdidas. No todos somos aptos para todo, ni aún teniendo un perfil y condiciones que parecieran ser ideales para el ejercicio de la política. Sigamos el mandato de nuestro cuerpo, sus reacciones son sabias, un indicador incuestionable que nos dice si lo que estamos haciendo nos favorece o nos perjudica. La salud es lo primero, diría un célebre filósofo callejero…