No es este un espacio con pretensiones de boato culturoso que no refleje la realidad cotidiana. Muy por el contrario lo que desde esta columna de opinión pretendemos es ofrecer una visión editorial que por sobre todas las cosas observe el acontecer ciudadano y lo interprete desde una óptica pretendidamente imparcial desde lo ideológico, pero crítica y hasta descarnada cuando afecta los intereses de los vecinos.
La frase usada en el título de la nota tiene que ver con una popular y antigua fase acuñada «made in Casares» que era usada cuando alguien se quejaba o protestaba por algo y lo hacía «al cuete» porque la realidad no se iba a cambiar. Como en el Centro Materno se atendían los partos y a los niños, cuando alguien se lamentaba por algo sin posibilidades de modificarlo, se le decía: «A llorar al Materno». Y ahora la usamos para reflejar la intencionalidad e insensibilidad de quienes estando en una repartición del estado a la que llegan los vecinos pidiendo clemencia más que justicia, responden con frases hechas y solemnidad impostada que en la lectura popular y descarnada significan «A llorar al Materno».
Podríamos haber usado otra «tiene razón pero marche preso», pero por remanida ya es inofensiva y tan solo anecdótica.
Los pedidos de los vecinos para que se reconsidere el aumento brutal de las tarifas del gas y el recurrir a la justicia a través del Defensor del Pueblo, habrían colisionado con la insensibilidad de la empresa y la venia del mismísimo gobierno, para inducr a los pobres a que mendiguen beneficios sociales, y a los que no lo son o son pobres fronterizos y de clase media baja, que paguen y a otra cosa. Hacer algún análisis sobre el tema sería abundar en adjetivos cuando se está frente a una posición inclaudicable que no acepta una realidad que embarga el sueldo de los ciudadanos a límites intolerables que comprometen su supervivencia. «O pago la luz y el gas o como», una opción maldita que pone al vecino ante una disyuntiva cruel cuando en realidad no es culpable de nada.
Podrá decirse que hemos pasado momentos peores, de imperinflación, golpes militares, atentados, miseria, gobiernos lastimosos o corruptos, y hasta una guerra, pero no por ello debemos seguir soportando como pueblo la incapacidad e indolencia de quienes agarrando el timón de la república se creen capitanes de tormenta, cuando apenas son grumetes de agua dulce que aún no se han recibido de marineros.