PELUQUERÍA…
Oficio antiguo si los hay, como que su historia se remonta a la antigüedad, ya que las costumbres, los ritos y las circunstancias se plasmaban en el corte de pelo, ya sea a cabeza rapada como lo usaba el pueblo, con cortes «a cuchillo» , tan afilado como una navaja, o las testas de las clases altas con cuidados cabellos, unos rizados, otros lisos, todos lavados con esencias nobles y peinados creativos que llegaban al ridículo y la exageración. Artista del peine y la navaja, trenzador y flequillero, el peluquero de entonces era una figura importante en los cortes que atendía diariamente a la realeza, satisfacía sus caprichos y parloteaba con las damas sobre la chismografía de la nobleza mientras enrulaba su maraña de pelos que sueltos llegaban al suelo.
Hasta que la modernidad le asestó un golpe mortal a los fígaros, con la aparición de las pelucas, que hasta a los hombres sedujo, semejando sus cabezas a columnas dóricas y a las mujeres copetes de cucurucho con engarces de piedras, que cuando a la noche sacaban dejaban salir un vaho putrefacto del encierro y la grasitud.
Pero los tiempos cambiaron, el peluquero volvió a ser la estrella, ese mago que transformaba con su arte la pelambre más rebelde, y embellecía a las damas como le daba energía o suavidad al rostro de los caballeros, para quienes el cuidado del pelo comenzó a ser sinónimo de elegancia. Pocas profesiones han resistido a la tecnología como la peluquería, nada suplanta a esas manos que juegan con la tijera y el peine y mientras rizan, cortan, peinan o tiñen, tienen suculentas y picantes historias que animan y distraen, alimentando la curiosidad, la picardía y el sonrojo de las damas puritanas que agudizan sus oídos y pretenden no escuchar.
Y los hombres…?, ellos también son conscientes de que la peluquería es un santuario alfombrado de pelos en el que desgranan sus ideales, y con la cara blanca de espuma jabonosa confiesan sus deslices amorosos o sus pesares domésticos. Habrá peluqueros y peluqueras hasta el fin de los tiempos, mientras crezca una pelusa, haya que tusar un mechón o ponerle jopo a la elegancia. Mientras una dama juegue a seducir y embeba de aromas su cabellera recién tratada, el peluquero será tan indispensable como el aire mismo.
Se los dice alguien que no tiene ni un pelo de zonzo.