Dicen que la mayoría de los accidentes que les ocurren a los niños, muchos leves, otros más graves y algunos fatales, son por lo general hogareños. El descuido de una madre, de un padre, de quien debe cuidarlos y no los cuida, el exceso de confianza y por último la travesura de quien no comprende la magnitud de sus actos y pone en riesgo su integridad y obviamente su vida.
También en las escuelas existen esos riesgos. Por descuidos, exceso de confianza y la travesura de sus protagonistas.
Lo ocurrido días pasados en una guardería de nuestro medio se inscribe en esta última posibilidad, y la palabra responsabilidad adquiere una dimensión enorme. Como también la de un padre o una madre que por atender otro tipo de urgencias o confiar demasiado no asumen su verdadera responsabilidad.
Quien lleva a una criatura a una guardería lo hace impulsado por la necesidad de salir a trabajar, depositando en la institución a la cual acude la confianza en la responsabilidad y dedicación que le han de poner a su tarea. Las «seños» hacen de madres sustitutas, cambiándolos, alimentándolos, incitándolos al juego y la participación, y a los más chiquitos cumpliendo el papel de madres.
La travesura de un niño de 2 años que viendo una puerta abierta (no se puede decir que se escapó) salió al exterior y por varios minutos estuvo extraviado poniendo en riesgo su vida ya que cruzó una calle, se inscribe pura y exclusivamente en un acto de imprevisión irresponsable, ya que esa puerta jamás debió haber estado abierta, pero lo estaba y el hecho seguramente fortuito ocurrió. Como ocurre y seguirá ocurriendo en cada hogar, sea por la imprevisión de dejar a mano de los niños artefactos eléctricos, ollas y sartenes con agua y aceite hirviendo a su alcance, puertas abiertas, medicamentos que pueden ser ingeridos, en fin, un cúmulo de errores irresponsables que no los cometen «seños» sino mamás y papás, como también personal especializado a su cuidado. Puede decirse que por culpa de lo celulares, o las novelas de la tarde, o lo que se pueda suponer, para que algo así ocurra tiene que haber un descuido.
La reflexión es simple: Los niños son pequeños cristales con vida propia, que se mueven, suben, bajan, abren puertas, meten los dedos en tomacorrientes, se acercan a las cocinas, corren por el borde de las piscinas, son un riesgo ambulante permanente, que se repite también en una guardería.
Lo ocurrido debe servir para extremar los cuidados y controles, no relajar las medidas de seguridad ni permitir situaciones que impliquen la posibilidad de riesgos. El hecho ya ocurrió, se lo está investigando y se corregirán los errores cometidos para que no vuelva a ocurrir.