Un chico de 15 años ya está en edad de comprender lo que está bien y lo que está mal. UNA AMENAZA DE BOMBA es grave y conmocionante.
En estos pequeños pueblos en los que la vida transcurre con mayor tranquilidad y seguramente alejada de los dramas que afligen a las grandes ciudades, pareciera que existe el afán de copiar algunos de esos males, generando similares y conmocionantes efectos.
Que tres chicos de 15 años, alumnos del Instituto Juan XXIII hayan cometido lo que muchos tildan de «travesura», alertando sobre la colocación de una bomba en el mismo, provocando la evacuación del establecimiento y la puesta en marcha de todos los protocolos educativos y policiales, no es un hecho menor. A los 15 años ya se tiene la madurez necesaria para comprender la naturaleza de un hecho grave del que no lo es, saben a esa edad que es lo que está bien y lo que está mal, las consecuencias que pueden acarrear comportamientos que ocasionan situaciones de pánico y conmoción desagradables.
Esos chicos con su accionar es muy probable que hayan intentado «copiar» lo que ocurre cotidianamente en escuelas de la Capital Federal, en las que las amenazas de bomba ocasionan todo tipo de problemas y reacciones.
La actuación de los padres en el caso local aludido es elogiable. Pero debe ir más allá, concientizando a sus hijos a fin de que tomen debida cuenta de la magnitud de lo hecho, y desde el colegio en el cual cursan estudios realizar también clases de reflexión que les permitan una comprensión cabal de su proceder, ya que el sólo hecho de aceptar su responsabilidad no los exime de culpa aunque por su calidad de menores no se hagan pasibles a ser sometidos a la potestad de la justicia.
Es de desear que estas situaciones no se reproduzcan, como también el que no se las tome a la ligera, ya que la ausencia forzada de escarmiento tornan endeble el sistema, incitando a otros actores a repetirlas.